latecleadera

sábado, 13 de diciembre de 2014

¿Jesus era mujer?


Cuando llega la época de navidad, algunos compañeros de trabajo me preguntan si yo puedo celebrar dichas fiestas. Yo ni corto ni perezoso respondo que sí, que yo canto los villancicos en la novena, rezo la oración a san José o los gozos (todo por la merienda que se da) armo el arbolito, me gustan los pesebres y doy regalos a los niños.  Algunos me miran con desaprobación.  ¡Claro! Valiente ateo.  Ateo de ocasión.  En realidad no, para desgracia de muchos extremistas ideológicos, la navidad dejó de ser parte exclusiva de su credo y se convirtió en un agradable fenómeno cultural,  una época de catarsis, de reflexión sobre  lo hecho en el transcurso del año y sobre lo que se piensa hacer para el próximo.  Eso sin contar el reencuentro de familias y amigos, los anhelos infantiles embutidos en un consumismo brutal y toda aquella parafernalia que nos han vendido como “espíritu navideño”  que abarca desde el bonachón lapones hasta las melodías de Roberto Aicardi.   Muchos se desgarran las vestiduras por aquellas costumbres paganas que hoy de forma subrepticia adornan nuestros hogares,  se quejan de la hipocresía al recitar una novena sin el debido recogimiento (culpen a sor Bertilda Samper y fray Fernando de Jesús Larrea por crearla tan confusa pero a la vez tan agradable) y  maldicen ese mercado persa en el cual se convirtió todo,  allá ellos, yo la paso de mil maravillas.

Y estando en este diáfano estado navideño, con un árbol de material sintético a mi lado adornado con luces y bolas rojas, tranquilamente me dedico a leer cuanta cosa postean en el Facebook, hasta que una de ellas llama mi atención.  La leo una vez, me rasco la cabeza, vuelvo y la leo y suelto una carcajada, nuevamente la leo y me pregunto ¿pero qué mierda estoy leyendo? Hace poco había leído sobre los tenebrosos tres días de oscuridad que se avecinan y de las diabólicas  bases sobre la que se edifica el día de las brujas.  Ahora estos locos del carajo venían a aguarme la navidad.  Según la nota, algo llamado “The physics of Christianity” de Frank Tipler, brindaba la explicación de lo que podría haber ocurrido para que se produjese el nacimiento virginal de Jesús.  Nuevamente un grupo de desquiciados religiosos buscaba dar sustento “científico” a una de sus historias fantásticas, se niegan a entender que todo lo que aparece en su libro sagrado y posteriormente en su manual de dogmas y prohibiciones solo se puede sustentar a través de la fe y de sus amigas la filosofía y la teología (y en los casos más bizarros con la metafísica) pretender darle asidero científico a sus leyendas solo es buscarle la quinta pata al gato.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Yo no soy de los Franco


Agradezco inmensamente al Canal A, luego Canal 1 y finalmente canal Caracol, el haber permitido educar y mantener en estricto orden y armonía mi agitado sistema gastrointestinal, principalmente en sus primeras porciones y funciones,  iniciando por la parte estimulativa de la región olfativa de mi nariz, la secreción  de mis glándulas salivales, el cálido preámbulo acidificante de mi estómago en espera del bolo alimenticio y los primeros dos metros de intestino degradando el quimo en sustancias solublemente nutritivas. 
Eran los 90s, años agitados y de cambio, el sol estaba en su cenit, los buitres giraban en espirales juguetonas cerca de las nubes, los ruidos de los trastes de cocina escapaban al compás de los vapores que desprendían los platos servidos en la mesa del comedor:  aroma de arroz cocido con trocitos de cebolla, carne frita en aceite viejo, papa cubierta de una exquisita mezcla de tomate, cebolla (nuevamente cebolla) color, caldo Maggui y dios sabe que otro ingrediente secreto (ricostilla no, esta llegó después) comúnmente conocida como “hogo” y la papa ascendida al título de “papa chorriada”, sopa de plátano y jugo de guayaba. Y en toda esta escena completa y absolutamente hogareña, se elevaba sobre las tapias y los techos de las casas, escapaba por las rendijas de las ventanas y por las puertas abiertas inundándolo todo, aquel sonido que salía de la cajita mágica llamada televisor, aquella melodía que si el oído no me engaña era interpretada por un sintetizador, un piano, una flauta?? Y una guitarra.  Algo así como “pa papa  papa, pa paparapa, pa papapa parapa, papa papa parapa parapa, pa papa, pa parapa papa, pa pa”.  Esa endemoniada melodía del programa número dos de los colombianos (el numero uno es sábados felices) Padres e Hijos.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Doce monos



En ocasiones despertaba en la madrugada  algo sobresaltado, era el mismo sueño, para muchos podría pasar como pesadilla, para mí un anhelo remoto, enclaustrado en lo más profundo de mí ser.  Despertaba recordando aquellos artefactos metálicos que descendían de nubes tormentosas en medio de un cielo azul solar.  Siempre se posaban frente a mí, expectantes, misteriosos.  me acercaba y los tocaba, rozaba con mis dedos sus botones, sus ángulos y antenas, para finalmente verlos nuevamente partir al infinito celeste - en una onírica alteración temporal-  en un anochecer cuando las primeras estrellas se asomaban, la brisa fría movía las copas de los arboles con pocas hojas y muchas flores y los aromas de la cocina de las casas cercanas lo inundaban todo;  nadie se percataba de nada, todo el mundo seguía absorto en su vida, en lo cotidiano de su existir, mientras, yo veía como un punto luminoso irregular se confundía en las nacientes constelaciones.  Se convertiría en un delirio nocturno recurrente, podrían cambiar sus formas, desde simples esferas plateadas no mayores a un balón de futbol a gigantescas  ciudades angulosas y silentes, pasando por discos luminosos, catálogos de naves peliculeras, aviones de diseño anti aerodinámico y finalmente un cohete que entre nubes de gases de ignición descanso su estructura en el patio de mi casa, entre los arboles de golgota, naranjos y orquídeas.  Solo en esa ocasión vi uno de sus ocupantes; por fortuna mi cerebro me protegió de duendes verdes, zoomórficos invasores, seres de luz mesiánicos, enanos cabezones o nórdicos profetas. Aquel tripulante que simplemente se limitó a bajar de su aparato era un humano, alto como seria cualquier hombre ante los ojos de un niño, forrado en su traje espacial blanco  con insignias desconocidas, con sus instrumentos de investigación y navegación saliendo del equipo que llevaba en su espalda  y un enorme casco que desprendía visos iridiscentes al incidir los rayos solares sobre él.  Se acercó, solo necesito unos pasos, y bajó su imponente humanidad a mi altura, el visor era oscuro como el espacio, tras el no pude ver nada, no había nadie que me hablara, nadie que me interrogara con su mirada, solo vi una imagen, la del único viajero estelar, vi mi reflejo  sobre aquel cristal, vi la cara de un niño lleno de curiosidad.  El astronauta se irguió de nuevo, me dio la espalda, entró al cohete y nuevamente, entre el destello de las toberas, las nubes de humo diseminándose por todas partes y el estruendo de los motores arrancando,  se elevó  dejándose caer en un azul infinito.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Sin Título



Anochecer iluminado. Timothy Sorsdahl, copia de Javier Haeger Soto
Recorre la luna un cielo surcado de nubes tímidas de andar lento y anhelo de lluvia.  En el horizonte un grupo de estrellas de alguna desconocida constelación,  ocultan su belleza y solo dejan al amparo de la brisa y el polvo aquel lucero azul y titilante que camina con la melodía de las horas.  La penumbra cae sobre las montañas  y mezcla el oscuro firmamento con aquel azul profundo de los montes en  lejanía, y entre todo aquello solo se logra escurrir por las faldas de las lomas un verde opaco  de vida somnolienta, un color arrullado por el canto de los grillos y las luces de las luciérnagas cazadoras.

Es tarde ya, las aves nocturnas lanzan gritos de valentía sobre las copas de los árboles y raudas recorren los techos de las casas.  El gato de pelo gris y mirada amarilla levanta la cabeza y observa los insectos sonámbulos que golpean las bombillas de la calle. Un perro pendenciero olfatea el rastro que dejo un eterno contrincante hace ya muchas horas, y oculto en la sombra que derrama un árbol de almendro un pequeño ratón sigiloso espera que todo pase.

El caminante hace resonar la suela de sus zapatos en el asfalto frio;  y durante un solo segundo el ratón, el perro, el gato, el insecto, el ave, el verde opaco y el azul profundo, junto con la luna y todas las constelaciones nocturnas posan su mirada en su presencia. 

Paseo al anochecer.  Jorge Flores

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Interstellar, en el filo del tiempo.



Nunca había visto un agujero negro en el cine, y  fue por ello -desconociendo absolutamente todo  lo demás de la  película- que estaba a la espera de su llegada a la cartelera;  después me entere que era la nueva obra de Christopher Nolan, el mismo que había reivindicado la imagen de Batman, devolviendo la dignidad pisoteada por tantas interpretaciones chillonas del superhéroe, y del mismo Nolan que había sacado a Inception, el ladrón de sueños en el cual se convirtió Leonardo di caprio luego de ahogarse en el océano entre los restos del Titanic.

A mi corto parecer la película es el antiguo y universitario arte de copiar y pegar llevado a la perfección, una armónica amalgama de cintas previas  de ciencia ficción, y es precisamente por esto que la considero una de las mejores películas de ciencia ficción.  Su falta de originalidad permitió que tomase lo mejor de otras y creara una obra maestra.  Sin renegar de ellas, ya era hora que apareciera algo diferente a las historias moralistas, con su organigrama de corte militar estadounidense propio  de Star Wars, Star Trek o los Guardianes de la Galaxia. Ya no más confederaciones, senadores, imperios y comerciantes intergalácticos.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Interstellar de Christopher Nolan version merengue



Como preámbulo diré que hace pocas semanas  en los diarios nacionales salió una noticia, (una más entre tantas) para algunos irrelevante, paro otros positiva;  en ella se informaba que nuestro país del sagrado corazón había decidido echar por la borda la idea loca de conseguir un satélite propio, so excusa que había cosas más importantes en las cuales invertir el dinero, que dadas las características de nuestra red informática era mejor seguir como estamos, que hay muchas familias con sus necesidades básicas insatisfechas, principalmente las familias de los congresistas, representantes, ministros, alcaldes, asesores, contratistas y subcontratistas y toda aquella multitud que no cumple con los criterios para salir en familias en acción. Que a pesar de que Venezuela, Perú, Bolivia y Ecuador entre otros, tienen su propio aparatico, esto probablemente se debía a las  heréticas concepciones socio comunistas de sus gobiernos, y aquí lo nuestro es el capitalismo salvaje; que bien podrán todos estos indios patirrajados arribistas que habitan por debajo de la línea del ecuador, tener sus satélites, sus estaciones, sus astronautas, podrán tener lo que quieran, pero nunca serán lo que nosotros somos, los colosos del norte, los atenienses suramericanos.   Necesitaran  de nosotros cuando tengan que construir plataformas de lanzamiento y todo su andamiaje, allí si  suplicaran por nuestro saber, porque lo nuestro es el cemento,  y no cualquier cemento, el cemento caro y por caro delicado; allí nos verán levantando sus lanzaderas, bases y torres,  de esas que uno ve por la tele, que cuando sale el cohete se caen a pedazos, ahí nos tendrán a nosotros, construyendo cosas que se desbaratan al primer uso, como se necesita.  Allí llegaremos con nuestras carreteras de cemento, no en tren como esos retrógrados gringos y europeos, cruzaremos caminos inhóspitos y sobre ríos bravíos levantaremos puentes de un solo carril por el que puedan circular nuestros camiones  y mulas, fieles representantes de nuestra pujante raza. 

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Simplemente recordando



Alfonso siempre tenía algo particular para decir o para hacer,  poco se sabía de su pasado, o tal vez poco había averiguado sobre él.  Pasaba su vida en un cotidiano deambular por las casas de aquellos que  en épocas de pasiones y  juventud  habían sido sus amigos o patrones,  pertenecía a aquel grupo de personas que nunca pudo echar raíces en algún sitio, más que por falta de oportunidades, por esa incapacidad de llegar a ser una persona ajena a la vida de los demás.  Llegaba siempre en el momento menos esperado  pero  era recibido con agrado y su plato de comida siempre estaba preparado por si acaso.  El primero en recibirlo era el perro de turno que entre saltos y algarabías caninas  daba noticia de su llegada.   Dormía en ocasiones en la habitación que me servía de área de juegos, o si esta  por alguna razón estaba ocupada por algún inquilino, lo hacía en el sillero, donde tendía un catre sonoro y al amparo de la luz de una vela, bajo los aperos y frenos de caballos, cerraba la puerta y dejaba para si esos escasos momentos de privacidad en casa. 

Era moreno y lampiño.  Con una barriga de buena vida,  el cabello negro  pulcramente peinado y un diente de oro que  sabía relucir, pues siempre esbozaba una sonrisa un poco conformista.  Reía a carcajadas de todo y de todo conocía  un poco;  él fue quien me dijo cuál era la capital de los Estados Unidos y me recitó muchos de sus presidentes;  mi tía decía que cuando era joven sabía tocar la guitarra y el acordeón pero que nunca finalizaba su función pues terminaba ebrio, recostado en cualquier árbol,  profundo como una cuba.  También era un artesano y autodidacta admirable;  si alguna silla se dañaba el encontraba la manera de arreglarla, construía jaulas de alambre y aparatejos en madera;  en sus momentos de ocio pasaba horas y horas tejiendo chiles de pesca mientras mascaba un tabaco oscuro que mitad comía, mitad fumaba.  Fue  quien me mostró por primera vez como se fundían  pedazos de plomo para convertirlos en el peso de sus redes mientras contaba historias de esas que solo se le ocurren a aquellos que viven a la orilla del río - allí era donde vivía- cerca de la finca de don Rafico y doña Isabel,  y fue por él que  los conocí,  a ellos y a sus hijos, de los cuales solo recuerdo a Serafín porque tenía una guitarra chillona de la cual trataba  sacar acordes sin mucha suerte. 

jueves, 30 de octubre de 2014

Me cagaron el dia de las brujas



Tuve mi infancia en los aciagos años 80s, con mi peso rozando peligrosamente la línea del percentil más bajo del carné de crecimiento y desarrollo, y que gracias a la bienestarina nunca pasó de allí (la misma con la que ahora engordan los marranos) la  que sabe a pobreza y miseria según el catador de vinos de la revista SOHO. usando la ropa heredada de mis tíos, con dos o tres  remiendos, los zapatos casi rotos en la punta, un trompo y algunas bolas de cristal en los bolsillos y la medallita de la inmaculada concepción debidamente amarrada en mi cuello con una piola.  En resumidas cuentas un niño más de  pueblo.  Inolvidables y felices tiempos.  Y en aquel calendario que regía mi vida;  el cual iniciaba con las fiestas de año nuevo, pasando por la entrada a la escuela, la semana santa, las ferias del pueblo, el san pedro y por último la navidad, había un día que se colaba entre todos esos ilustres acontecimientos y cobraba singular importancia.  El 31 de octubre, el día de las brujas. 


En los días previos, las tiendas se llenaban de trajes y máscaras,  nosotros, simples mocosos que salían de clases, con la mirada perdida en los estantes, soñábamos con aquellos disfraces de personajes de la tv.  Yo sabía de antemano cual sería el mío, la eterna mascara del chapulín colorado, que año tras año me regalaban mis tíos abuelos;  inusualmente enorme para mi pequeña cabeza, con sus dos antenitas de vinil que rápidamente se perdían y ajustada fuertemente con un peligroso caucho que servía de resortera cuando  todo terminaba.   Ese día salíamos a la calle  portando solo esa careta de plástico tieso y frágil, en ocasiones levantando un poco la cabeza para ver por donde caminábamos y en otras  quitándola completamente para poder respirar  cuando el calor sofocaba.  Solo los niños de las familias pudientes salían con su traje completo, pero eso no nos importaba, lejos de envidiarlos, los admirábamos,  era grato estar en compañía de Mazinger Z, un Cantinflas improvisado, la máscara del chapulín colorado (yo) y un hombre lobo (la máscara claro está).  Se pedían dulces, muchos  viejos tenderos solo se dignaban a tirar mentas a la horda infantil, como quien tira maíz a las palomas; pero entre toda aquella algarabía y desorden se pasaba de lo mejor.  A quien le importaban los dulces si había la opción de corretear por las calles tratando de ser uno de los tantos superhéroes que salían en los muñequitos de la tv los sábados en la mañana.

miércoles, 22 de octubre de 2014

¿ Tres dias de oscuridad?



Ojeando los artículos de un reconocido diario de la región, para ser más exactos diré que ojeando los artículos del diario del Huila, un titular llamo mi atención  y al leer su contenido un escalofrió me recorrió de la cabeza a los pies.  Según la nota, el próximo 21 de diciembre un extraño fenómeno cósmico daría lugar a tres días de oscuridad,  así como lo oyen, tres largos días de oscuridad, que como los tres tristes tigres, nos pondría a comer trigo por tres tristes días (o noches en este caso).  Quede aterrado, no por el contenido de la noticia, pues esta era una completa pamplinada, quede aterrado por el hecho de ver como una mentira infantil puede calar tan profundo, a tal punto que aparezca como una nota cualquiera, con el mismo grado de relevancia que la noticia del desfalco al erario público de otro político más, el  asesinato de cualquier ciudadano de bien o la nueva carga tributaria impuesta por el gobierno.  Y lo que resultaba más chocante era el hecho,  por parte del periodista, de dar por sentado dicho fenómeno escudándose  en supuestos fundamentos científicos y académicos  y dando una voz de calma  ante dicho suceso;  al final solo serían tres días de oscuridad sin mayor trascendencia. 

Al leer eso varias ideas me llegaron a la cabeza. 

domingo, 12 de octubre de 2014

Esos muñequitos de yupi y chitos...para coleccionistas



Aunque no  parezca, tengo poco tiempo libre, y el poco que tengo lo utilizo en actividades tan fructíferas, rentables y edificantes como esta. Por alguna razón, la primera entrada que escribí (esos muñequitos de yupi y chitos) es la más  visitada, y por la cual de vez en cuando recibo correos solicitando información sobre compra, venta o cambalache de dichas figuritas. Qué curioso, en ella no gaste más de 15 minutos redactándola y unos 10 buscando las fotografías (a diferencia de los “ladrillos”  de “diablo” en sus tres partes,  en los cuales demore  cerca de una semana y varias trasnochas dándole vueltas al asunto), pero lo que más me molesta de todo, es que a cada pregunta que me formulaban sobre los muñequitos no tenía respuesta.  Un viernes en la noche, cuando la gran mayoría de gente normal estaría disfrutando de un buen vaso de cerveza, yo, sentado en una silla frente al computador me devanaba los sesos estrujando esas neuronas esquivas que guardan los recuerdos, tratando de traer a la memoria exactamente cuántos muñequitos había tenido en mi niñez;  hay algunos inolvidables como el ñoño rojo con los brazos abiertos que fue el primero que tuve, o el chapatin rosado que me salió un sábado en la mañana cuando destapaba la bolsa de chitos (¿o yupis?) y por el cual di tremendo salto de alegría, pues era el único que me falta del chavo; están los del lobo feroz y algunos enanos de blanca nieves, producto del robo de unas cuantas monedas de la caja donde se guardaba el dinero producto de la venta de leche, y por el cual, días después al ser descubierto recibiría un buen castigo; el príncipe azul que termino quemado con fósforos por ser “muy lindo”, o los thundercats  que me regalo David al ver mi cara de decepción al ser  el único al cual no le había salido ese bendito letrero de sorpresa en el paquete.  En fin, no sé si solo me ocurrió a mí, o si existirán más contemporáneos con desordenes psiquiátricos, que a cada figurita de plástico le fuimos dando cierta personalidad, ciertas características únicas que las convirtieron en piezas claves de las historias de nuestra niñez, dejaban de ser simples juguetes para convertirse en verdaderos héroes y villanos de los diferentes escenarios en los cuales se desarrollaba ese mundo alterno de la infancia, el sagrado momento de jugar.

lunes, 6 de octubre de 2014

Bochica S.A.S contra Jesucristo Inc.Corporate



Hace unos días cumplí años, y fue grato ver en el muro del Facebook como algunos de mis amigos me felicitaban y me auguraban bendiciones por parte de Bochica.  Pero lo más curioso  fue ver como algunos compañeros de trabajo me preguntaban en tono sincero: “hombre polo ¿Quién es Bochica?” o “¿qué es eso de buchico?” o “¿eso como que es un mito?”

¡Por las ricitos del divino niño! Como puede estar pasando esto en este país mestizo del sacrosanto corazón de Jesús.

Respirando hondo y en tono conciliador respondí que Bochica era algo así como el Jesucristo criollo y todos soltaron una carcajada (incluyéndome) pero… ¿Por qué habría de estar equivocado?

jueves, 18 de septiembre de 2014

Si el toreo es arte, el canibalismo es gastronomía.



Me cuesta imaginar como en un remoto pasado, un grupo de homínidos cazadores  armados con palos y piedras hicieron frente a una manada de uros imponentes; cuernos contra pulgares, bufidos contra gritos, al final el cuerpo yermo de una de aquellas bestias y el jolgorio y la algarabía de los protohumanos. Pasarían los siglos y las crías de ambas especies irían sellando la extraña relación que se desprendió de aquel encuentro violento.  Los simios perdieron el pelo, aumentaron de estatura y tecnificaron sus primitivas herramientas, nacería el homo sapiens y este se auto proclamaría el rey del mundo, la razón y fin de la creación.  Los cornudos cuadrúpedos continuarían pastando en las planicies, rumiando apacibles mientras el simio alteraba su mundo, lo alteraba a él, y lo convertía en un animal dócil, lo domesticaba.  Por los  10 000 AC  cuando la humanidad dejo de ser una manada más y entro en la historia, el toro estuvo a su lado; con su fuerza quebró la tierra para el sembradío, con su piel cubrió sus cuerpos y hogares, con su leche (siendo más exactos de la vaca) alimento las crías flemáticas e indefensas y para completar regalo su mierda para abonos y paredes.  El hombre, animal débil y escueto, deslumbrado por su fuerza lo elevo a condición de dios, lo entronizo en las estrellas del firmamento, lo convirtió en pieza indispensable de lo que más tarde llamaría arte.  Quedaron invictas ante las embestidas del tiempo las estatuas de dioses toros alados mesopotámicos, los frescos etruscos y cretenses donde gráciles hombres saltaban sobre los lomos bovinos mientras mujeres esbeltas con sus tetas al aire los elogiaban. Quedaría el minotauro producto del bizarro romance entre el toro de creta y Pasifae;  quedaría el becerro de oro que despertaría los celos patológicos del maniaco Yahveh, quedaría Zeus transformado en toro y montando lujurioso a Europa;  el  Apis egipcio, la vaca madre nórdica Audhumla, las vacas sagradas de la india (simples encarnaciones divinas.) Curiosamente utilizo al mismo animal como ofrenda ante estos mismos dioses, nacerían los sacrificios, las hecatombes.     La mala suerte cayó sobre el estúpido rumiante, que sin saber cómo ni cuando entro a formar parte del rito de sangre, su vida fue la moneda con la que se pagaba el equilibrio prestado de las fuerzas celestiales.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Awesome mix Vol. 1



Guardaba cierto recelo ante la película, pero luego de las buenas referencias que dieran varios de mis compañeros de trabajo finalmente opte por irme de plan de cine junto a mi esposa y mi hijo, como siempre emulando la bárbara costumbre gringa de engullir una abrumadora cantidad de maíz pira (palomitas de maíz dice mi hijo) y la versión extra grande de Coca-Cola necesaria para estimular la meada a  mitad de la función.

No me arrepiento en absoluto, los guardianes de la galaxia, desconocidos para mi hasta ese momento (el universo Marvel es tan grande que vaya uno a saber que  puede encontrar escondido) llenaron todas mis expectativas para una película de superhéroes y ciencia ficción.  Tiene todo lo que un buen friki puede buscar: héroes proscritos, razas extraterrestres muy semejantes entre sí, señores oscuros buscando  dominar el universo, fuentes de poder ilimitado y alienígenas sexys con quien sabe que variante  anatómica que les de ese “toque único”. No es una historia nueva, a los pocos minutos uno tiene la idea  de cómo va terminar, sus personajes son bien delineados sin necesidad de crear salidas argumentales imprevisibles ni nada por el estilo; pero es tan semejante a las historias que uno se armaba de niño, cuando se jugaba con los muñequitos de yupi y chitos,  que al mejor estilo de Amparo Grisales bien  podría  estirar el brazo y decir “me erice”, eso sin contar las ambientaciones  que rememoraban en algunos momentos escenas de la guerra de las galaxias o en el colmo del desorden neuronal, a escenas de He-Man o a Skeletor camuflado en el villano de la historia.  Pero por encima de todo estaba la banda sonora,  simplemente sobria, majestuosa, asombrosa.  Y en  StarLord con sus audífonos de diadema  nos vimos reflejados todos y cada uno de los musicómanos de los ochentas y noventas. Una transitoria taquicardia supra ventricular me dio cuando al inicio,  el  pequeño Peter Quill escuchaba en su walkman (radio caminador decía pacheco en el precio es correcto) una melodía que había estado perdida por varios años en las remotas circunvoluciones musicales de mi cerebro.  Y al amparo de  “i am not in love”  de 10 cc, fue llevado por los crueles  devastadores  a las profundidades galácticas.

viernes, 22 de agosto de 2014

Mi primera vez.



Fue un sábado en la noche, lo recuerdo claramente. Alfonso Lizarazo acababa de rematar su programa con el típico “y la próxima semana más cuenta chistes”, a lo lejos la discoteca “mil uno” dejaba escapar  los merengues de  jossie esteban y la patrulla 15,  intercalados con el -pum pum mami mami - del general.   Mis tíos abuelos alistaban sus bacinillas para las urgencias que pudiesen llegar en la madrugada, y con parsimonia, la parsimonia típica que dan los años bien vividos, murmuraban las ultimas oraciones para antes de dormir.  Era una noche solitaria; en la calle ocasionalmente se escuchaba el motor de alguna motocicleta a toda velocidad o el ladrido fugaz de un perro prófugo.  La luna llena se desprendía del horizonte y con su luz trémula eclipsaba el titilar de miles de estrellas en un cielo despejado,  corría una brisa fría  que movía rítmicamente las ramas de los naranjos, tanto los de mi casa como  los de mis vecinos, y yo, en la cúspide de mis quince años, con las hormonas alborotadas, sentado en la oscuridad del patio de la casa,  dando buen fin a la merienda  nocturna;  pensaba que era la noche ideal para tener un cálido cuerpo de mujer al lado,  alguien a quien susurrar palabras llenas de poesía y cubrir de besos tiernos (en aquellas épocas era un romántico empedernido, defecto que con los años pude remediar).  Y mientras divagaba en elucubraciones telenovelescas… ocurrió.  En un principio su imagen paso desapercibida sobre los tejados circundantes- que con facilidad podía observar desde mi posición- luego, rápidamente rebobine aquellos escenarios que sabía de memoria, y me percate que sobraba algo,  preste mayor atención y allí la vi:  discreta, tranquila,  inmóvil - posteriormente pensaría que a la espera de ser descubierta-  y en cuestión de segundos desapareció para reaparecer algo más adelante, fulgurante, con un movimiento lento y  uniformemente rectilíneo,   tratando sagazmente de confundirse  con  todas aquellas cosas que la noche promete a sus observadores.  Un frio  de excitación recorrió mi espina dorsal, ¡lo que tanto había soñado en infinidad de ocasiones estaba ocurriendo! Aquella  esfera luminosa de color azul blanquecino, tan brillante como sirio en  una noche de luna nueva, estaba cruzando justo frente a mí, ¿a qué distancia? No lo podría saber a ciencia cierta, tal vez unos dos o tres kilómetros y no más de un centenar de metros sobre el suelo;   era mi primera vez, era la primera vez que observaba un OVNI.   La nave, pues no podría ser otra cosa, (mis  profundo conocimientos astronómicos, meteorológicos y astronáuticos descartaban que fuese algo más)  a los pocos minutos se perdió entre unas montañas lejanas, sobre las cuales se avecinaba una tormenta.

domingo, 17 de agosto de 2014

Guia de supervivencia zombi...por si las moscas..


Nada mejor para esos días en los cuales el tedio tiende a inundarlo todo,  días en los que la existencia se refleja en el espejo de la monotonía, que volverse un poco neurótico…bueno algo más de lo usual.  En este apoteósico  estado de desequilibrio mental la vida  se llena nuevamente de colores y el existir cobra variables significados, pero lo más importante, nuestra meta en este mundo  se vislumbra a nuestro alrededor.

Aprovechando la coyuntura podremos deleitarnos con saber que estamos subyugados al mandato oscuro de los illuminati, o que somos seres semejantes a hormigas en un insectario de reptilianos, niños menores de nuestros hermanos cósmicos de la hermandad blanca, trogloditas ante la confederación galáctica, o pecadores en breve espera del día del juicio final.


Pero sin ir más lejos tan solo tendremos que encender la cajita mágica, sintonizar las noticias y ver que estamos al borde del colapso. Fallaron  algunas  predicciones que científicos y visionarios daban en las décadas de los ochentas y noventas, de un futuro (el hoy) cuasi perfecto, con las enfermedades si no erradicadas si controladas, la pobreza en su mínima dimensión, el hambre solo un fantasma del pasado, carros voladores que nos llevarían a las colonias lunares, casas biosostenibles diseminadas en bosques floridos, niños jugando a la rueda en verdes prados modificados genéticamente, robots semejantes a  C-3PO con juguito de mandarina en su mano tras su dueño de estampa europea en un campo de golf (igual al mundo post apocalíptico que pintan en los panfletos los testigos de jehová). 

jueves, 7 de agosto de 2014

Marcianitos a la orden


Pensar que un punto  de tonos rojizos o anaranjados, encaramado en lo alto del firmamento, camuflado entre miles de puntos luminosos algo menores que él, otros  algo mayores que él, disipando sus tenues destellos entre las nubes andariegas.  Quien diría que este pequeño planeta  el segundo más pequeño (o tercero)  en su andar errático pudiese despertar tantas historias.

Marte desde tiempos remotos trajo tras de sí las miradas de hombres curiosos, observadores incansables, soñadores y creadores de leyendas.  Transmutándose lentamente del  lucero rebelde, sanguíneo y discreto en el dios de la guerra y la violencia, cobijándose con el aura de virilidad, fuerza,  impulsividad y deseo tal cual como lo invocan las cartas del tarot.

Pero ese marte con casco y yelmo, en actitud belicosa sobre su carruaje de guerra, emanando etéreos influjos ígneos a los que nacieron bajo su tutela,   prefiero dejarlo a los “maestros” que ven el futuro distante, que ligan amores perdidos y limpian el camino de negativas energías, todo por 15 mil pesos.

Yo prefiero el marte que sale a  altas horas de la noche, cuando las corrientes de brisa levantan el cabello, los grillos entonan melodías disonantes, los gatos observan desde tejados vecinos y las lechuzas  ululan en arboles durmientes.  Es el marte que desvela sus secretos tras los lentes de un telescopio, que durante días aparecía en mis sueños en desordenada danza cósmica, junto a júpiter o Saturno, o en coloridas escenas como laminita de álbum de chocolatina.  Cuando por primera vez pude enfocarlo con mi minúsculo catalejo,  tamaña desilusión me lleve;  quería ver que tan lejos llegaban sus casquetes polares, ver las tormentas de arena a escala planetaria y porque no, sus canales, pero no, 60 mm de diámetro solo daban para diferenciar su forma esférica y naranjada, nada más, necesitaba un aparato de mayor abertura.  Y desde ese día he pospuesto una y otra vez este nuevo encuentro…

miércoles, 30 de julio de 2014

Recordando a mis amigos los curas


Para las personas que me conocen, leer este título puede sonar un poco extraño. Apóstata del cristianismo (al que considero uno de los grandes males de la humanidad)  blasfemo la mayoría de las veces, hereje en un pasado y ateo naturalista hoy (¿o naturalista ateo?).  Pero mi intención  –al menos hoy- no es entrar en controversia sobre la iglesia católica, apostólica y romana,  simplemente quiero rescatar de mi memoria un viejo personaje.


Crecí al lado de mis abuelos y tíos abuelos, conservadores a ultranza y católicos hasta el tuétano. En mis años de colegio la misa era el escenario previo para los continuos y fallidos intentos de conquista,  allí entre las bancas de madera, los cánticos, alabanzas  y las figuras de yeso de  santos, se desarrollaba una subrepticia pasarela, donde las chicas exhibían sus mejores galas y entre cuchicheos enmascarados en oraciones lanzaban miraditas cómplices a su futuro príncipe azul, luego, al terminar la ceremonia, en el tumulto que se formaba en el atrio  y posteriormente en el parque central, al amparo de la sombra de los almendros y el samán majestuoso, se concretaban las inocentes promesas de amor.  Yo nunca concrete nada, la combinación de fealdad y timidez nunca daba buenos resultados, todo se quedaba en ganas.  De modo que quise ver los toros desde la barra y en este caso desde el altar y me matricule como monaguillo. Allí  aprendí todo el protocolo litúrgico; toqué la campanilla, quemé incienso, quede en infinidad de fotos de matrimonios y bautizos, nunca me tome el vino de consagrar (pues era pecado) pero si me  saque unas cuantas monedas de la limosna (aunque  era pecado se anulaba con algún artículo del código laboral vigente que defendía los derechos salariales de los monaguillos) -gajes del oficio-.  Y en todo este mundo pude conocer a muchos sacerdotes.   Los había paranoides que veían brujos y maleficios por todos lados, que capturaban la energía del sol y al mejor estilo de pastor evangélico de tv  curaban transitoriamente enfermos en misas shows.  Existían los tacaños y regañones  que antes de dar la última y tan anhelada bendición de salida abrían un paréntesis para reprender las conductas reprochables que se le habían escapado del sermón principal, y claro para recalcar la necesaria limosna. Los había gigolos y simpáticos, con amplia fanaticada femenina que entre viejitas y quinceañeras  llenaban la mitad del templo. Estaban los de voz fuerte y discurso incendiario que recordaban las diatribas de Gaitán, los había que hablaban y no se les entendía nada o a los que se les entendía pero no decían nada. Los de pensamiento mágico,  los de arengas progresistas y también estaban los seminaristas que antes de jurar castidad hacían de las suyas con las muchachas que gustaban de su santa compañía. (Gracias a la intercesión de María santísima y las ánimas benditas,  esos curas de retorcidas inclinaciones sexuales no llegaron a la parroquia, ese lote defectuoso se distribuyó en otras partes)

domingo, 27 de julio de 2014

Entendiendo el planeta de los simios



Hace poco vi la última película del planeta de los simios.  “el planeta de los simios: confrontación” y no me sentí defraudado en absoluto, aunque esta opinión es poco objetiva, tengo un gran sesgo de  afinidad hacia dicha serie, de modo que cualquier hueso que venga impreso con el adjetivo  “simios” a mi corto parecer será súper. 

El planeta de los simios en cualquiera de sus variantes es una reflexión sobre el papel de los humanos en este planeta, la fragilidad de su supervivencia como especie, la desmitificación de su concepto de pináculo de la creación, y un recordatorio de que no somos más que simples simios tecnológicos. 

¿Y de dónde vino la idea de chimpancés parlanchines y buscapleitos?

Todo nació de la mente del escritor francés  Pierre Boulle  en 1963, allí narra la historia de una pareja de astronautas que encuentra una botella en el espacio,  esta guarda un manuscrito en el cual se narra la historia de otros astronautas que en el año 2500 parten del planeta tierra hacia un planeta de la estrella Betelgeuse y en el encuentran que este está habitado por una raza de simios inteligentes y civilizados y en donde los humanos no son más que simples animalitos salvajes.  Las peripecias de los protagonistas se las dejo a los futuros lectores del libro, por cierto corto y de fácil lectura.

Debido al éxito del libro se creó toda una saga de películas, series de tv y comics, siendo las de mayor influencia las películas, hasta el momento 8.    Las primeras 5 salieron a luz entre los años 1968 y 1973, la sexta en 2001, la séptima en 2012 y la ultima en 2014.  Pero me interesan las 5 primeras, ¿Por qué? Simple, porque de ellas se desprende toda la simio manía que aún persiste en estos días.

Cuando un no existía Caracol, RCN ni el canal del congreso, de  vez en cuando salían por la tv películas  buenas, y  por allá en estos años ochentas  pude ver, no estoy seguro si siguiendo una secuencia, algunas de estas cinco  películas. 

Así que me tomare la molestia de explicarles como es la cosa con dichos miquitos.

viernes, 25 de julio de 2014

Cincuenta sombras de Grey Vs Batman


Como son las cosas, quería escribir algo sobre Batman, por sus 75 años, pero con el tejemaneje de “cincuenta sombras de Grey” me dio por comentar alguito sobre esto.  La primera vez que vi ese libro estaba en manos de una compañera de trabajo que usualmente tiene dos o tres tuercas sueltas.  Inmersa en su lectura, soltando risitas impúdicas de vez en cuando, con las pupilas dilatas y dios sabe que otro signo fisiológico de interés.   Por encima uno podría considerar que se trataba de un libro de terror o suspenso:  caratula oscura con imágenes a claroscuros, cincuenta sombras rondando por ahí;  como podrían ser los trece fantasmas de la película, los siete pecados capitales, las mil y una noches, los siete enanitos de blanca nieves y porque no, los doce apóstoles.  Y todas esas sombras rondando a una tal Grey, que podría ser un ciborg, un vampiro, un detective de la época victoriana  o un héroe renacentista.   No podía estar más equivocado.  Tome el susodicho ejemplar y empecé a repasar las primeras páginas, luego las segundas, las terceras, las del medio, las tres cuartas y las ultimas y no encontré nada que a modo de atropina dilatara mis pupilas.  La historia se asemeja  algo a la historia de Marimar y Sergio, solo que el sonido de las olas y el cantico de los pajaritos al amanecer, que remplazaban las escenas de alcoba fue cambiado por prolijas descripciones eroticosadogimnasticas.  La trama de siempre, el tipo rico y apuesto le cae a la jovencita ingenua y virgen (¿vírgenes post universitarias? Eso me suena a ciencia ficción) para terminar - como diría un amigo-  y omitiendo palabras y frases de alto calibre y contenido sexual, en aras de evitarle disgustos a las hipotéticas pero poco probables señoras que lean  esto… para terminar dándole como rata en balde. Curiosamente en algunos apartes  me sentí chismoseando el chat de Facebook de cualquier parroquiano promedio con su amiga morronga.  Y ya. 
Yo pensaba que debido al escándalo y propaganda que se le había armado a dicha trilogía, pues al que no le gusta el caldo se le dan tres platos, encontraría la obra que se  equipararía al Ulises de Joyce, a los versos satánicos de Rushdie, o al guardián entre el centeno de Salinger,  pero no, solo vi la continuación de la saga de crepúsculo, solo que en el ámbito empresarial y por qué no, la evolución de Cuauhtémoc.   Gracias a cincuenta sombras de Grey, me di cuenta que yo era  un miserable depravado, que el reguetón solo había embrutecido a las nuevas generaciones y que la poca censura en series y películas de la tv solo había adormecido sus sentidos.  Si había personas que se escandalizaban y ruborizaban con este libro, eso solo era síntoma de una nueva enfermedad y no solo en nuestra querida patria sino en todo el mundo.  La mojigatería,  hordas de mujeres (y hombres también)  a la espera de encontrar su macho alfa que les diera sopa y seco.  Es más,  si salgo a la calle y quito las variables, “apuesto” y “dueño de muchas empresas” veo a montones de greys caminando plácidamente por los andenes, ostentando esa parte de la anatomía que representa toda su capacidad de dominio,  virilidad y pasión, y no me refiero al pene, me refiero a la barriga.  Y de paso veo a multitud de anastasias, al lado de su grey  y con cara de poco bestseller.

Si eso es lo que ahora se llama literatura erótica, prefiero quedarme con la del pasado, la que venía en la  revista SUECA, la de versión bolsillo para estudiantes de bachillerato, debidamente embolsada como cd pirata para evitar ojos curiosos y sin dinero, eso sí era erotismo…muy perturbador y engañoso por cierto. O las coloridas y bien ilustradas historias de la revista MACHO, cuando el afro era la moda. O en caso extremo la sección “juan sin miedo” del ESPACIO y los consejos de la revista VEA.
Para terminar en estos días salió el tráiler de la película,  sé que no la voy a ver, es poco probable que se asemeje a garganta profunda o Tarzan el hombre porno, tan solo esperare que alguien  la vea,  me la cuente rápidamente y que Batman me perdone…





lunes, 21 de julio de 2014

Mis libros perdidos. Cartilla de lectura CAMINA




En los primeros años de la década de los ochentas y bajo el mandato de Belisario Betancourt se creó  la “campaña de instrucción nacional” con el fin de disminuir, si no erradicar, el peligroso analfabetismo que imperaba en nuestra nación.   Este programa de gobierno fue la continuación del archiconocido “radio Sutatenza” que saco de la ignorancia a unos cuantos abuelos.  ¿Logró o no sus expectativas?  Lo desconozco, solo sé que por cosas de la vida, las cartillas de dicha campaña   llegaron a mis manos cuando aún estaba en la escuela,  y junto a "globito mágico" y "nacho lee" se convirtieron en mis libros escolares guía.  Como toda cartilla escolar, venían con coloridos dibujos, letras grandes y problemas básicos que se repetían una y otra vez. Y de todas ellas las que más llamaban mi  atención eran las de CAMINA.  

Y que niño no inventa una historia con las imágenes e historias que allí se encontraban.


Había una mujer dibujada en una de las primeras hojas de la cartilla, amarilla por los años y roída por los ratones en uno de sus extremos.  Por alguna razón siempre prefería está  a aquella que enseñaba los números y las operaciones entre estos. En ella  los dibujos esparcidos a lo largo de sus hojas siempre mostraban  la familia de Luis  y Ana, dos campesinos que vivían en alguna lejana finca en medio de las montañas.
tenían una casa pequeña y ordenada, con árboles a su alrededor y animales de corral por todos lados. Todos los días salían a trabajar a su parcela en compañía de sus hijos, mientras el sol se levantaba y con sus rayos disueltos en los nubarrones levantaba la niebla que aun dormía sobre las hojas de las plantas al borde del camino.  Vivían humildemente pero eran felices, se les notaba en su rostro  tranquilo y las poses sueltas que adquirían sus cuerpos al atardecer, cuando llegaban de su faena.  
 Gustaban de la buena y sana comida y odiaban la ciudad,  tal vez porque  no la comprendían y no estaban acostumbrados a los sonidos del metal, porque a pesar de todo, la ciudad que visitaban era una ciudad organizada.
Ellos preferían el pueblo, pequeño, con una plaza repleta de gente jovial, perros vagabundos, niños correteando por las pocas calles y casi siempre alguna fiesta con música y chicha en el parque central.
Allí era donde llegaban con el caballo y la mula a vender su cosecha, en un floripinto mercado, luego,  antes que la noche cayera volvían a su  casa, aunque llegaran tarde y en ocasiones la lluvia los golpeara, no había nada mejor como dormir en la cama de siempre.


Esa era la historia que me mostraba aquella extraña mujer en la primera hoja de la cartilla, tenía la mirada  fija en aquel que la leía, aquella mirada que traspasaba unas gafas un poco burdas y sin lentes que yo le había dibujado, tenía el cabello suelto aunque corto, pero a pesar de eso se le formaba una extraña melena que parecía confundirse con las ramas de los árboles que la rodeaban.  Su vestido era largo, de dos piezas, rasgado en los bordes de la falda,  con un corte simple que dejaba entrever  un cuerpo flaco y escueto.   Tenía sus brazos abiertos  semejantes a las imágenes de los santos en pleno éxtasis  y una de sus manos sostenía lo que parecía ser una regla o simplemente una vara de esas que se encuentran en el suelo.  Un riachuelo corría a sus espaldas y alimentaba un bosque espeso, repleto de desconocidas criaturas, dudo fuesen peligrosas.  No podría saberse con precisión quien o en el peor de los casos que era ella. Obviamente no era de la familia de Luis, pues si lo fuera, sería la tía loca  y este no permitiría que uno de sus familiares viviera en esta precaria condición, perdida en el bosque. Tampoco era del poblado cercano a la finca, muy mística para ellos y era poco probable fuese de la ciudad, muy agreste para ser de allí. 
Ella, esa mujer, era ajena a la historia, aunque formaba parte de ella, era su preámbulo, su profeta díscola, la maestra de ceremonias de la función mayor, de la función de la vida normal y feliz.  Era como un ángel, sin serlo, pues por aquella mirada un trazo  de divinidad  se escapaba de su ser.  Era eso, un espíritu del bosque, de esos que la gente confunde con brujas o demonios, un espíritu de hierba.

lunes, 14 de julio de 2014

Yo zombie



Tendría yo unos 8 años; en el pueblo no había cine ni nada que se le asemejase, algunos parroquianos con ínfulas de empresarios traían películas de la capital en formato beta y en un salón pequeño que servía de oficina de despacho de buses y chivas las exhibían  en un televisor a color de 32 pulgadas. El precio de la entrada nunca lo supe, nunca me dejaban entrar, pero por una rendija de una ventana, junto con algunos amigos, nos alternábamos para ver  películas como Rambo o Cobra.  En una de aquellas oportunidades, ya caída la noche,  pegado al vidrio tratando de distinguir algo en aquella minúscula pantalla, el dueño del local se acercó, me miro con recelo y me dijo –entre chino, pero se queda callado-  en silencio y algo asustado (si mis abuelos se enteraban que estaba  viendo esas cosas que solo mostraban indecencias, el castigo estaba asegurado) me senté en el suelo, junto a unas veinte personas  y disfrute de la función.  El nombre de la cinta “dejad que los muertos descansen en paz” o al menos eso fue lo que entendí  al que estaba a mi lado. Ese fue mi primer contacto con el mundo de los zombis, en ella, un hombre llamado  Martin, luego de morir por   la radiación de una maquinaria industrial se transformaba en un tenebroso y desgarbado ser, sediento de carne humana que acechaba a los habitantes de la región. A medida que trascurría la película por cada mordida que daba y cada brazo o pierna que digería, su víctima se convertía en un muerto viviente mas, extendiéndose la plaga en una orgía de sangre y canibalismo, para finalmente, luego de una lucha a muerte con los sobrevivientes, quedar solo y morir definitivamente a manos de su esposa en lo profundo de una cripta.


¿Qué diablos le pasaba por la mente al tipo que me dejo entrar? no lo sé, tal vez quería darme una lección para que nunca más estuviese pegado  a su ventana, pero el plan no le funciono.  Aunque he de señalar que por varias noches no dormí tranquilo, contando las cuadras que habían desde mi casa hasta el cementerio, triplicando las oraciones que mi tía abuela me había enseñado para antes de acostarme y encomendando a cuanto santo o ángel conocía para que por sus infinitas virtudes y bondades evitaran que los muertos  salieran de sus tumbas y si salían pasaran de largo por mi calle, las de mis familiares y amigos. Por algunos meses tuve pesadillas en las que hordas de muertos atacaban mi casa y en las que conocidos y familiares se convertían es estos monstruos.  Algún erudito psicólogo podría decir que quede traumado, pero no, luego de esa película no perdía la ocasión para ver otra del mismo tipo; se me revolvían las entrañas cuando salían escenas de explicito gore y nuevamente pasaba por las noches de poco sueño, oraciones prolongadas y una mayor confianza en mis aliados celestiales. Al mejor estilo del adulto que promete nunca más volver a tomar en pleno apogeo del guayabo para días después terminar emparrandado,  yo pasaba tragos amargos pero valientemente aceptaba nuevos retos. ¿La razón de esto? no la sé, alguna neurona neurótica o esquizofrénica en alguna circunvolución inconclusa, de las mismas que producen emos, punks, cristianos fanáticos y seguidores de Herbalife.


¿Dónde nacen los zombis?

La primera referencia que podríamos dar de un zombi como tal podría venir de la antigua Mesopotamia, cuando la diosa de los muertos Ereshkigal, luego de sufrir una pena de amor a causa de Nergal hace que este regrese a su lado después de proferir estas tiernas palabras de reconciliación:

“haré que los muertos asciendan y devoren a los vivos, haré que allí arriba haya más muertos que vivos”

Así quien no se enamora.

Luego vendrían  los ritos y cultos funerarios encargados de enviar el alma de los muertos al más allá y evitar que ronden por el mundo de los vivos, pero ese cuento era con el alma, al cuerpo lo dejaban quieto en su natural descomposición.

Adelantándonos en el tiempo la concepción del zombi fue tomando forma gracias a la tradición vudú y la cultura haitiana, allí la mezcla de temores y prejuicios del hombre blanco, junto con los ritos  funerarios, de sangre y la esclavitud dieron nacimiento a lo que sería el “muerto viviente” solo que este  era un sirviente más, una deformación del  esclavo de las plantaciones de caña, una macabra analogía de la denigración de la condición humana.

Luego en los años 30 llego el cine y con ellas las primeras cintas del genero Z, iniciando con “la legión de los hombres sin alma (1932)” “los muertos andantes (1936)” “yo anduve con un zombi (1949)” y “plan nueve del espacio exterior (1959)” esta última catalogada como una de las peores películas en la historia del cine, y en efecto lo es, pero igual es estupenda.

Después en 1968 llego el padre de la cultura zombi al que todo buen fanático del cine tipo B y su subgénero Z debe nombrar con respeto:  George A. Romero. Con “la noche de los muertos vivientes” dio vida al muerto viviente caníbal y bestial, comandado solo por sus instintos básicos de hambre y furia y por supuesto al escenario que se desprendía del actuar de estos seres, el temido apocalipsis zombi. Después de todas sus  películas la cultura zombi adquirió forma y se convirtió en la empresa de entretenimiento que es hoy.  De allí partió la figura típica del cadáver de andar lento, arrastrando su extinta humanidad hecha pedazos en busca de carne y posteriormente cerebros que calmen su dolor. Luego llegarían las hordas brutales y cazadoras, el zombi que persigue sus víctimas dejando escapar macabros gruñidos y gemidos (el amanecer de los muertos y the walking dead tanto el comic como la serie de tv) por ultimo ya se abandonan las pequeñas poblaciones o ciudades y se centra todo en el apocalipsis zombi, el fin del mundo tal como lo conocemos a manos de seres tan depredadores como nosotros.


¿Por qué llama tanto la atención este género de “terror”? será porque el zombi,  al igual que en los tiempos de esclavitud en Haití, es una analogía del hombre moderno, esclavo de un mundo fabricado para generar dinero a costa de la “vida” y libertad del individuo.  Será porque nos sentimos humanos sutilmente deshumanizados, hormigas más dentro del hormiguero, sirvientes sin voluntad de la tecnología y el mercado ¡Muertos vivientes! Y tal vez por eso mismo, es que la imagen del apocalipsis zombi tan pulcramente detallada en la industria del entretenimiento solo refleja nuestra esperanza de un mundo nuevo, la caída del status quo a manos de sus mismos creadores  convertidos en depredadores máximos.

Que irónico que en la representación de la muerte esté reflejada la esperanza… bueno, son solo ideas mías.