latecleadera

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martes, 30 de junio de 2020

Inmortalidad





No somos inmortales, de eso estoy casi seguro (el beneficio de la duda)

Me gusta pensar en la inmortalidad y alejarme de aquello llamado eternidad; esta última es abrumadora, asfixiante, con una inevitable tendencia al orden cual si fuera el peor de los castigos. La gran maldición es llegar a ser eterno, es el motivo por el cual aquella cosa llamada Dios se comporta de manera tan descabellada. 

La inmortalidad invita a un premio, trasciende la muerte sin que ello niegue que hay algo de finitud en ella, devela un fin (y por ende un principio), un merecido terminar, algo necesario, tan necesario para la existencia como el hecho de nacer.
 
Por siglos nos han vendido la idea de que la muerte no es el fin sino un nuevo inicio, si es eso cierto entonces no es muerte, ¿qué sentido tiene llegar al punto final para saber que otro camino aún más extenso se despliega al frente? La muerte es la justa recompensa que la naturaleza dio a sus creaturas, una necesidad de vida, aunque suene paradójico. 

 ¿Y entonces de dónde el terror hacia ella? 
¿Teme el perro anciano a su último día? 
¿Desvela el último aliento al búho en la noche? 

Tememos al dolor, el dolor que sirve de preámbulo al último acto vital, dolor que a lo largo de toda la vida hemos tratado evitar; nos aterra, nos duele el dolor, por ello quienes están acostumbrados a él apacibles acogen su final; esa desazón, esa incertidumbre, ese erotismo que se desprende del inherente anhelo de la tumba. 

Durante milenios hemos sido engañados con el peso de la conciencia, con el deseo en cada acto, con el futuro al frente conjugándose con el pasado, sin un presente...  Conciencia, yo, alma, espíritu, ego, solo son formas de llamar a una mentira que tiene que encajar entre lo que fue y lo que viene. Generaciones incontables desperdiciadas, absortas ante la realidad de ver cómo aun no entendemos el hecho de saber que no estamos aquí sino en un limbo entre aquello que ocurrió y de lo cual no podemos tomar nada y aquello que vendrá, sin saber qué es, sin que se pueda al menos  palparlo ligeramente; la vida es  bruma, un espejismo, una serie de operaciones probabilísticas que requieren de tiempo, mucho tiempo para eventualmente poder ser. 

No solo tememos al dolor, tememos a que nos falte tiempo, cada día que pasa en ese ilusorio estado que medimos con manecillas y calendarios nos desnuda, dejándonos expuestos a nuestra más simple naturaleza animal; somos el mismo perro, el mismo caballo, el mismo búho y el mismo ratón pero con la capacidad de entender (o pretender entender) el tiempo. 

¿Para qué la inmortalidad si en ella se pueden diluir todas mis probabilidades?  solo necesitamos el tiempo justo, el que recibimos en un recipiente al nacer y que día tras días desparramamos en rutinas y deseos irrelevantes. 

No quiero la inmortalidad que venden las religiones, una esclavitud disfrazada de felicidad, no creo que sea real, solo es esperanza sin sentido, sin justicia. No merecemos ser inmortales, tal vez podamos serlo, tal vez fragmentos de nuestro yo queden sueltos en un universo aun inexplicable como ráfagas de sueño en la madrugada. Bucles de situaciones, deseos atrapados en las ramas de los días... solo eso quedará de nosotros, pero de todas formas, algo completamente finito, simples atajos para robar tiempo cuando el cuerpo no pudo soportarlo más. 

Tal vez seamos inmortales en la medida en que seamos capaces de alcanzarlo, millones de vidas a lo largo de millones de años recicladas en los engranajes del universo, supongo que ocasionales yo trascendiendo la carne, esquivando el nirvana, despertando de la mentira del mas allá. 

La inmortalidad no es un regalo, es un premio, un premio extremadamente difícil de conseguir, y lo principal para adquirirlo es el saber para que lo quiero tener.


martes, 24 de noviembre de 2015

Sin título # 2

fredy polo

Suelo escribir lo que sueño…bueno, lo que someramente recuerdo haber soñado.  

Algo curioso con los sucesos oníricos es su capacidad de manipular el tiempo, de hallarle sentido a lo que no lo tiene  y por último, de desaparecer en el olvido con los primeros rayos del sol cual  nosferatu desvelado.   Hace cerca de dos años, un acomedido ladrón  se llevó mi portátil y con él centenares de páginas que durante meses y posiblemente años había cultivado de una manera burda y gramaticalmente incorrecta, simplemente una fuga de ideas a altas horas de la noche.  Por suerte mucho se salvó gracias a las copias en otro computador, algunos discos y copias de seguridad en los correos. Y estando en la tediosa labor de revisar lo escrito me encontré con este sueño que lo había dado como perdido, perfectamente clasificable como pesadilla.

Hay un sueño diferente a los demás, es un sueño apocalíptico,  lo particular de este es que en el no hay esperanza. Por regla general en todo sueño, y ante la inminencia de cualquier amenaza siempre hay una vía de escape, un punto firme, o al menos un camino que pueda llevar a un hipotético lugar de seguridad.

Era un vida  normal, trabajaba como lo que soy, un médico; vivía en un una ciudad a semejanza de Neiva, solo que con un clima menos tropical y horizontes más extensos.  Había un gran edificio de paredes monocromáticas alternas y una sobriedad típica de una clínica.  La noticia la escuché por primera vez allí, como un simple comentario farandulero, un chisme de pasillo, algo anecdótico. 

Los días pasaron, vivía con mi esposa, desconozco si Ángel -mi hijo-,  ya estaba entre nosotros.  Luego la noticia tomó más eco, y la incertidumbre inició.  En un televisor de tamaño medio un corresponsal extranjero daba los pormenores del tema.  Una gigantesca mole de piedra, un planetoide algo menor que la luna,  aparecía de los confines del universo y discreta pero invariablemente tomaba rumbo de colisión hacia la tierra.  Era poco creíble lo que allí se decía, ¿cómo podría eso ser posible?  Una esperanza infantil surgía por todos lados, siempre habían existido los problemas y amenazas y por muy complejos que estos fueran, siempre se encontraba la solución.   Pero los días pasaron y la solución no llegó.  Todos los medios de comunicación se desbordaban sobre el asunto, el choque era inminente, cuestión de días.

Yo estaba de nuevo frente al  edificio, como si nada fuese a ocurrir,  ocasionales personas cruzaban los pasillos, la mayoría guardias, esporádicamente se escuchaban los pasos de alguien que corría por algún lado y cosas que caían al suelo que nadie estaba interesado en recoger.  En la incongruencia del sueño, algo bestial acechaba al ingreso del ascensor, del cual me pude escapar por un pelo, para finalmente   llegar a lo que debería ser una oficina en los pisos superiores, al parecer mi sitio de trabajo, allí,  junto a algunos compañeros frente a un televisor inmenso pegado a la pared veíamos las noticias mundiales;  desordenes y confusión por todos lados, ideas locas que permitiesen la salvación salían de todas partes.   Había unos ventanales enormes que permitían ver la ciudad y el horizonte en un ocaso permanente perdiéndose a lo lejos,  no se observaba nada particular, ninguna señal cósmica del planetoide, solo un sol en caída junto a nubes arreboladas en furia, una imagen tranquilamente apocalíptica.  Luego aparecieron en la pantalla los posibles escenarios del impacto, y en todos ellos no se albergaba ninguna esperanza, el más optimista vaticinaba una conflagración mundial, un impacto oceánico que terminaría con un cielo en llamas, un planeta de fuego y lava removiéndose por todos lados,  era posible que solo un pequeño punto, el más alejado  del impacto escapara a su furia, ¿cuál era? nadie lo sabía.

Salí de aquel sitio,  ya solitario,  en busca de mi familia, esta vez solo busque a mi esposa y por la congoja en mi pecho también a mi hijo,  todos los demás  habían desaparecido.  Llegue a casa, una trasmutación onírica que nos dejaría en la casa del pueblo,  allí, en ese atardecer eterno se tuvieron nuevas noticias, ya se conocía el sitio del impacto y el nivel de destrucción que causaría.  El choque despedazaría la tierra, ese sería el fin de todo, después de ese instante lo que habíamos considerado nuestro hogar cósmico no sería más que infinidad de rocas dispersas por el espacio, la nada total.  En un arrebato intelectual me pregunté como se sentiría el impacto si este se producía del otro lado del mundo, ¿que se sentiría en la fracturación del planeta y la perdida de la gravedad? ¿Cómo sería el escape de la atmósfera? ¿En cuánto tiempo moriríamos? Pero algo que aun  más me aterraba era el  hecho de saber que todo lo que la humanidad había alcanzado, todo lo que la naturaleza durante millones de años había logrado simplemente se esfumaría.  Por primera vez sentí el temor no solo a la muerte de mi cuerpo, algo que todos teníamos presente y a lo que nos gustase o no nos habíamos adaptado, sino a la muerte de todo lo que habíamos sido como seres vivientes,  la muerte final, ya no había sustrato ni sustento para cielos, infiernos o ruedas karmicas, ya no había nada sobre lo cual aferrar una idea, solo piedras a la deriva eterna.  Con tristeza vi a lo lejos un hombre  orando a dios, pues este dios impotente también perecía con nosotros.  Luego con el paso de las horas en el atardecer eterno, (o un posible amanecer sin fin, no lo sé) cuando un grupo de nubes se disipó,  vimos  claramente al destructor de mundos;  una pequeña estrella  semejante a Venus al lado del sol.

Faltaba menos de un día para el impacto, aquella estrella aumentaba de brillo y tamaño, aunque nunca eclipsaba la majestuosidad de un sol indiferente,   ¿dónde sería el impacto?  ¿Vería caer esa cosa sobre mi cabeza?  Por un instante pensé que sería bueno ver el final de todo, igual, ya no había un tiempo después para lamentar o sufrir; ese deseo de estar en primera fila para la última y gran función en cierta forma me llenó de una extraña valentía,  pero luego me vi al lado de mi esposa  y mi hijo.  Llore amargamente, no quería que ellos acabaran, no quería que su historia llegara al  fin, la mía no me importaba, pero no la de ellos, no era justo.  Comprendí que aquí no había cabida para la justicia ni la esperanza,  solo era la realidad. 

Preparé una mezcla benzodiacepinica,  si moríamos, no lo haríamos sufriendo, si todo terminaba que fuera a su lado, pero tranquilos y en paz.  Le comente a mi esposa y ella estuvo de acuerdo.   




A eso de las seis de la tarde, en ese atardecer eterno, la hora llegó, no quise ver a lo alto, pero una sombra parecía apresurar la noche,  los tres tomamos el líquido que había preparado, nos acostamos en una cama, ubicada en el corredor, al lado de los geranios, las orquídeas y el piso de baldosa multicolor.  Ángel fue el primero en quedar dormido,  en su rostro había tranquilidad, probablemente soñaba algo agradable,  Nory le siguió, la dosis era alta, pasase lo que pasase no despertaríamos,  tomé la mía, me acosté en la cama y los tres nos abrazamos, lo último que recuerdo fue algo como un gran huracán, un viento fuerte moviendo mis cabellos.


viernes, 4 de septiembre de 2015

Morir es dormir eternamente sin soñar


Muchos sin quererlo se convierten en símbolos. Trascienden su existencia por décadas, siglos  o simplemente se incorporan para siempre en el acervo de la humanidad.  Un símbolo encierra aquellos significados primarios que estructuran la civilización y al ser humano como especie. Un símbolo es la esencia de una idea.

Todos los días a toda hora mueren personas, todos los días a toda hora mueren niños; mueren en accidentes, mueren por enfermedades, mueren de hambre, mueren asesinados… estas dos últimas en  macabro ascenso.   Todos los días vemos imágenes de niños tendidos sin vida en algún lado. Todos los días escuchamos noticias de sus miserables destinos. La historia  los muestra como testigos y actores de las intrigas del hombre y su deseo de poder.

Aylan de tres años, de origen sirio, murió  junto a su madre,  su hermano de cinco años y nueve refugiados en una costa de Turquía al naufragar la embarcación en la cual huían de la guerra civil de raíces religiosas y étnicas de su país. El mar finalmente lo  depositó en la playa.  Y allí en compañía de las olas, la arena y la mirada de un agente policial durmió… morir es dormir eternamente sin poder soñar.



Aylan sin quererlo se convirtió en un símbolo,  símbolo de lo miserable que puede llegar a ser la humanidad.



Sé que no cambiara nada, pero este era el único sueño que  debería compartir. Como símbolo queda al lado de mis hijos.


viernes, 14 de agosto de 2015

Mujer desnuda, golondrinas y sombras







foto original sin censura, incompatible con facebook por mostrar un pezón.  Agradecimiento a la modelo Andrea Ivonne Castañeda por autorizar el uso de sus imagenes. 


Cuando niño en ocasiones soñaba con un sitio alejado de mi pueblo; no conocía la ciudad por ello el concepto de desorden e inmensidad aún no estaba en mi mente.

Era como recordar las escenas que a diario me inventaba en mi habitación, sobre la vieja mesa de madera, jugando con las figuritas de plástico que venían en los pasabocas.

Estaba  ubicado en una llanura, con  árboles de guayabas dispersos y solitarios, algo maltrechos por el sol y el viento.

Bien podría ser una casa, no lo recuerdo, solo llega a mi mente una gradería estrecha perdiéndose en espiral en lo profundo de la tierra.

Era una edificación subterránea, iluminada por la luz solar que se escabullía por las paredes empinadas que se iban formando tras de mí,  cubiertas de un musgo verde y suave. Un lugar frio, con la  humedad que sienten las  rocas de río.

Gotas de agua caían en  algún rincón,  y el sonido de su eco marcaba el compás de mi respiración, a lo lejos un martilleo seco brotaba de las profundidades.  Al fondo, el camino giraba abruptamente formando un ángulo de noventa grados, la oscuridad parecía emerger de aquel punto ajeno a mi vista y ocasionalmente se escapaba un resplandor rojizo de fuego atizado por un fuelle imaginario. 

A medida que me acercaba los golpes de metal contra metal eclipsaban los ecos de las gotas y los gorgojeos de las golondrinas sobre mi cabeza.  Tras esa esquina, un callejón se prolongaba por una distancia indeterminada, formando un túnel de oscuridad que desembocaba en un titilante espacio luminoso,  nunca lo atravesé, no fue por miedo, nunca sentí miedo, aun mas, sentía una extraña familiaridad,  pero el hombre que habitaba allí (posiblemente un herrero) no quería ser molestado. Yo no tenía justificación para estar en ese sitio, era un niño curioso que trataba fisgonear el trabajo de los adultos. 

Cuando asomé por la esquina,  decidido a cruzarlo y ver lo que pasaba, una voz  igual a la que escuchaba en mi cabeza cuando interpretaba cada uno de los personajes en mis juegos sobre la mesa de madera, me susurro al oído.  “No entres, él está ocupado y molesto…es un brujo poderoso.”

Nunca volví a tener aquel sueño, aunque en mis aventuras oníricas ocasionalmente veo a lo lejos aquella llanura, escucho el golpeteo del metal y un resplandor rojizo tras una pared.  Pero siempre paso de largo, siempre hay algo que hacer, siempre puedo entrar en cualquier momento…siempre despierto y antes de olvidar lo soñado me pregunto por qué no lo hice.

¿Y a qué viene todo esto?

domingo, 10 de mayo de 2015

De superheroes y dioses





Es frecuente escuchar de muchas personas  que cuando sintonizan los canales de dibujos animados estos “muñecos de ahora” no se entienden,  son grotescos, con historias traídas de los cabellos y como es de suponerse, poco aptos para la población infantil.  Lo que  me preocupa es que todos aquellos que comentan  son mis contemporáneos, y que todos estos comentarios son típicos comentarios de personas adultas  con ganas de ser adultos mayores, y extrapolando  llego a la conclusión de que ya estoy viejo, pero por suerte, a pesar de las arrugas en mi cara y las canas en la cabeza, aun me siento niño (aunque si le preguntan a mi hijo  el opine lo contrario), algunos dirían que más que niño, infantil.


Pasando por alto algunas corrientes artísticas y técnicas de dibujo,  puedo decir que los dibujos animados de hoy son increíblemente mejores que aquellos con los que crecí.   A mi parecer la moda actual es la línea fuerte y definida, una paleta básica, poca difuminación y escaso juego de sombras,   algo que muchos podrían considerar como una baja en la calidad. Pero eso es cuestión de gustos, lo principal y más innovador es su contenido, su temática, la personalidad de cada personaje (valga la redundancia). Atrás quedaron los caracteres predefinidos, moralistas, ingenuos y apegados al sistema de todos nuestros amigos animados (resultado de una campaña de tintes políticos que sumió al mundo del comic en una extraña época de autocensura)  Antes carecían de ese toque de humor negro, crítica ácida y rebeldía tan frecuentes en cualquier dibujo animado de hoy (excluimos en este caso la producción oriental, ella es cuento aparte) a tal punto que las tiernas  y conservadoras producciones de Dysney ya siguen esta tónica, aunque un poco más recatados que sus congéneres de Cartoon Network, Nickelodeon y MTV  pero definitivamente  saliendo del molde ultraconservador que reinó durante años.

jueves, 2 de abril de 2015

Confieso que he pecado



Curiosamente me gusta la semana santa;  me gusta entrar a los templos católicos y verlos repletos de gente mascullando oraciones de un lado para otro, me gusta ver las imágenes de santos erguidas en sus caballetes y engalanadas con flores y adornos de papel, me gusta el olor a incienso y el vuelo de las golondrinas sobre los candelabros luminosos del techo.  Cuando puedo pasar la semana santa en mi pueblo, suelo salir en las noches en compañía de mi hijo a ver las procesiones por las calles silenciosas, cuando puedo me uno a ellas y me dejo embriagar por el susurro de voces que siguen una sola melodía grave y en ocasiones disonante, al compás del sonido que dejan los pasos en el asfalto polvoriento, el llanto ocasional de algún niño y el ladrido de los perros en las casas cercanas.


La semana santa me gusta porque me trae a la memoria los tiempos de mi niñez, cuando junto a  mis tíos abuelos, católicos a ultranza, los acompañaba a cuanta ceremonia o evento religioso se realizara, para la mente de aquel niño, aquello estaba lejos de las reflexiones teosóficas, cosmogónicas y morales posteriores, ese solo era un lapso de tiempo en donde aquel mundo vaporoso y mágico en el cual  reposaba el dios que me habían inculcado -un dios austero pero bondadoso- bajaba de su espacio sin lugar y se diluía en cada figura de yeso, en cada cuadro pintado, en cada flor de lirio y hoja de palma, en cada cantico y en cada oración profesada por el sacerdote de turno.  Por suerte alcance a vivir aquel último coletazo de los tiempos que contaban los abuelos en donde todo era prohibido, en donde todo lo que se sublevara contra el rito de rigor sería debidamente castigado por el maligno, que como en ninguna otra época, andaba más atento,  merodeando por los ríos y las montañas a la espera de los infractores.  Creo que fui de  la última generación que aspiró aquel humo de incienso que provocaba una extraña reacción en el cuerpo, que hacía que la verga del hombre permaneciera pegada a la cúpula vaginal como perros callejeros hasta la deshonra el viernes santo.

domingo, 15 de marzo de 2015

El demonio sobre el tejado, mi diablo personal



Hace unas  noches  soñé con el diablo.  Me encontraba en la casa vieja del pueblo, en escenarios completamente oníricos, entre planicies inmensas y bosques merodeadores bañados  por la luz de la luna llena parcialmente cubierta de nubes; una luz de medianoche, una luz de perros en silencio y grillos indiscretos, en un lapso de tiempo que bien podrían ser las horas previas  al eterno preámbulo del amanecer, cuando las estrellas preparan su incipiente agonía y el tremor de los rayos solares aun ajenos pero si inminentes anuncian su llegada. 

Por terroríficas y mundanas razones que no van al caso, mi yo imaginario había decidido subir al techo de la casa, buscando con rabia aquello que de forma  silente  acechaba mi familia durmiente y no daba tranquilidad a su descanso.  De pie sobre las viejas láminas de zinc lo vi.  En un principio como algo difuso, enmascarado en el fondo silvestre que se extendía tras él.  Mis ojos algo encandilados por la luz cetrina que desprendía el astro de la noche,  solo lograron distinguir su forma cuando los nubarrones pasajeros descubrieron la cara de Selene y su brillo de misterio cayó sobre nosotros.  Era un figura alta, desgarbada, encorvada, piernas flacas con extrañas incongruencias anatómicas, brazos que llegaban hasta sus rodillas y de los cuales unas manos estilizadas y con garras se aferraban al aire, una cola serpenteante bailaba al compás de las melodías de los grillos y una sombra sobre su espalda -bien podrían ser sus alas o una capa cubriendo su desnudo cuerpo-  se movía al antojo de la brisa nocturna.  Su cuerpo no era de color negro, era oscuro,  y al notar mi presencia giró su cornuda cabeza  hacia mí.  No existía una cara, solo había un agujero de tinieblas delimitado en una fileña silueta, dos brasas ardientes hacían las veces de ojos  y desde ellos me lanzó una mirada mezcla de odio, sorpresa y finalmente indiferencia.  Fue una situación semejante a cuando se  sorprende un gato en el tejado y este planta su mirada ante la nuestra instantes previos a escapar.  De igual forma, este ser, el señor del mal, tal vez buscando un instante de silencio, un momento de soledad o simplemente molesto por la presencia de un simple mortal, decidió desvanecer  su presencia en los sonidos, aromas y visiones que la noche carga y raudo como un ventarrón se abalanzó sobre los techos de las casas vecinas para perderse finalmente en los bosques lejanos.  Yo me quede allí, perplejo,  había visto al mismísimo diablo y vivía para contarlo.   Luego desperté.

martes, 20 de enero de 2015

EL CAZADOR VALIENTE *


No es justo, no es justo que la profesora piense montar una obra de teatro y que el personaje principal sea yo, o bueno el que interprete el personaje. 
La cosa empezó mal en la mañana, cuando nos comunicó que para la próxima semana tendría lugar la jornada cultural, y que al grado le correspondía una obra de teatro.  Hasta allí todo iba bien.  Luego dijo que ya sabía que obra de teatro era la que había que preparar; eso tampoco me preocupo,  pues era a voces sabido de mis pocos dotes de actor,  ya habría más de uno que levantaría la mano para estar ahí,  yo no.  Y esta era  la historia: Un cazador va por el bosque cazando animales, cuando de pronto una  serpiente venenosa sale entre las ramas de un árbol y le muerde,  el cazador cae mal herido y próximo a la muerte, pero en aquel instante una joven y bella campesina que pasaba por esos lados lo encuentra y con un solo beso lo cura, y viven felices por el resto de su vida.  Una historia interesante, lo malo es que sacó una cartilla donde estaba escrita  y ante todo el grupo la leyó: “Iba el joven alto y delgado cazador, de pelo negro y piel blanca recorriendo los bosques en busca de su presa…” e inmediatamente todos me miraron. Yo simplemente moví la cabeza en señal de negativa, mientras la profesora me decía que yo era el propio para el papel.  Alegue, ¿por qué no podía ser Juan Pablo? si él también era blanco, incluso más pálido que yo y además flaco, pero ella  dijo que no era alto ni de cabello oscuro.  Así que le bote la pelota a Diofante,  pero él dijo que no era paliducho como yo y además estaba calvo,  luego mire a Abelardo y simplemente dijo que su pelo rojo no salía con el cuento, y el único que me podía sacar de aquel embrollo era David, pero apenas lo miraron se puso más tartajoso que de costumbre, así que quedó inmediatamente descalificado. 

sábado, 10 de enero de 2015

Mi derecho a escribir lo que se me de la gana



¿Y que si pienso diferente  y contrario a lo que se supondría debería pensar?

En parís tres sociópatas ingresan a la sala de redacción de un diario satírico y acribillan sin remordimiento   a quienes allí se encuentran.  La noticia se riega como pólvora, los videos de la toma se vuelven virales en internet, y en uno de ellos se ve como uno de los asaltantes ultima con una ráfaga en la cabeza a uno de los policías herido en la calle, cual si fuera una escena de videojuego.

Europa se viste de luto, el mundo se indigna, pero ¿Por qué tiene que ser tan importante y trascendental la muerte de estos 12 hombres? ¿Qué hace que la muerte de estas personas merezca el rechazo global?  Pocas semanas antes cientos de niños pakistaníes eran  ejecutados en una escuela, la noticia no dura más de dos días en primera plana, poco se movieron las redes sociales y es probable que este suceso estuviese a la par de la última selfie ridícula de cualquier famoso. Retrocedemos el reloj y en México decenas de estudiantes son reducidos a cenizas por fuerzas policiales, México convulsiona, el resto del mundo mira apacible. Meses atrás Israel arrasa con pueblos palestinos, todo se convierte en una buena nota de mitad de noticiero, en las redes se comenta que es por  legítima defensa del pueblo de Israel.  En fin, todos los días y a toda hora aparecen noticias como aquellas, donde el cuerpo sangrante de cualquier persona es el plato predilecto del lente morboso del corresponsal.  ¿Por qué estos 12 nuevos muertos tendrían que ser diferentes? ¿Acaso los franceses  son  seres de primera categoría a diferencia del resto de la humanidad? Bueno tal vez ellos estén menos acostumbrados a estos hechos de bestialidad tan usuales en nuestras tierras y que por desgracia nos han dado un vergonzoso escudo de olvido e indiferencia.  Pero no creo que sea eso, estos doce hombres que perdieron la vida en un acto cobarde no son diferentes a los niños pakistaníes, a los estudiantes mexicanos, a los palestinos desterrados, a los soldados israelitas, a los colombianos diariamente asesinados.  Simplemente es el hecho de lo que su labor significaba.  10 hombres (2 eran policías) cuyo trabajo era el periodismo; irónico, vulgar, ofensivo o lo que fuese, pero a final de cuentas representaban uno de los tantos derechos que todos en algún momento de la vida hemos sacado a relucir,  el derecho a la libertad de expresión.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Yo no soy de los Franco


Agradezco inmensamente al Canal A, luego Canal 1 y finalmente canal Caracol, el haber permitido educar y mantener en estricto orden y armonía mi agitado sistema gastrointestinal, principalmente en sus primeras porciones y funciones,  iniciando por la parte estimulativa de la región olfativa de mi nariz, la secreción  de mis glándulas salivales, el cálido preámbulo acidificante de mi estómago en espera del bolo alimenticio y los primeros dos metros de intestino degradando el quimo en sustancias solublemente nutritivas. 
Eran los 90s, años agitados y de cambio, el sol estaba en su cenit, los buitres giraban en espirales juguetonas cerca de las nubes, los ruidos de los trastes de cocina escapaban al compás de los vapores que desprendían los platos servidos en la mesa del comedor:  aroma de arroz cocido con trocitos de cebolla, carne frita en aceite viejo, papa cubierta de una exquisita mezcla de tomate, cebolla (nuevamente cebolla) color, caldo Maggui y dios sabe que otro ingrediente secreto (ricostilla no, esta llegó después) comúnmente conocida como “hogo” y la papa ascendida al título de “papa chorriada”, sopa de plátano y jugo de guayaba. Y en toda esta escena completa y absolutamente hogareña, se elevaba sobre las tapias y los techos de las casas, escapaba por las rendijas de las ventanas y por las puertas abiertas inundándolo todo, aquel sonido que salía de la cajita mágica llamada televisor, aquella melodía que si el oído no me engaña era interpretada por un sintetizador, un piano, una flauta?? Y una guitarra.  Algo así como “pa papa  papa, pa paparapa, pa papapa parapa, papa papa parapa parapa, pa papa, pa parapa papa, pa pa”.  Esa endemoniada melodía del programa número dos de los colombianos (el numero uno es sábados felices) Padres e Hijos.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Sin Título



Anochecer iluminado. Timothy Sorsdahl, copia de Javier Haeger Soto
Recorre la luna un cielo surcado de nubes tímidas de andar lento y anhelo de lluvia.  En el horizonte un grupo de estrellas de alguna desconocida constelación,  ocultan su belleza y solo dejan al amparo de la brisa y el polvo aquel lucero azul y titilante que camina con la melodía de las horas.  La penumbra cae sobre las montañas  y mezcla el oscuro firmamento con aquel azul profundo de los montes en  lejanía, y entre todo aquello solo se logra escurrir por las faldas de las lomas un verde opaco  de vida somnolienta, un color arrullado por el canto de los grillos y las luces de las luciérnagas cazadoras.

Es tarde ya, las aves nocturnas lanzan gritos de valentía sobre las copas de los árboles y raudas recorren los techos de las casas.  El gato de pelo gris y mirada amarilla levanta la cabeza y observa los insectos sonámbulos que golpean las bombillas de la calle. Un perro pendenciero olfatea el rastro que dejo un eterno contrincante hace ya muchas horas, y oculto en la sombra que derrama un árbol de almendro un pequeño ratón sigiloso espera que todo pase.

El caminante hace resonar la suela de sus zapatos en el asfalto frio;  y durante un solo segundo el ratón, el perro, el gato, el insecto, el ave, el verde opaco y el azul profundo, junto con la luna y todas las constelaciones nocturnas posan su mirada en su presencia. 

Paseo al anochecer.  Jorge Flores

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Interstellar, en el filo del tiempo.



Nunca había visto un agujero negro en el cine, y  fue por ello -desconociendo absolutamente todo  lo demás de la  película- que estaba a la espera de su llegada a la cartelera;  después me entere que era la nueva obra de Christopher Nolan, el mismo que había reivindicado la imagen de Batman, devolviendo la dignidad pisoteada por tantas interpretaciones chillonas del superhéroe, y del mismo Nolan que había sacado a Inception, el ladrón de sueños en el cual se convirtió Leonardo di caprio luego de ahogarse en el océano entre los restos del Titanic.

A mi corto parecer la película es el antiguo y universitario arte de copiar y pegar llevado a la perfección, una armónica amalgama de cintas previas  de ciencia ficción, y es precisamente por esto que la considero una de las mejores películas de ciencia ficción.  Su falta de originalidad permitió que tomase lo mejor de otras y creara una obra maestra.  Sin renegar de ellas, ya era hora que apareciera algo diferente a las historias moralistas, con su organigrama de corte militar estadounidense propio  de Star Wars, Star Trek o los Guardianes de la Galaxia. Ya no más confederaciones, senadores, imperios y comerciantes intergalácticos.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Interstellar de Christopher Nolan version merengue



Como preámbulo diré que hace pocas semanas  en los diarios nacionales salió una noticia, (una más entre tantas) para algunos irrelevante, paro otros positiva;  en ella se informaba que nuestro país del sagrado corazón había decidido echar por la borda la idea loca de conseguir un satélite propio, so excusa que había cosas más importantes en las cuales invertir el dinero, que dadas las características de nuestra red informática era mejor seguir como estamos, que hay muchas familias con sus necesidades básicas insatisfechas, principalmente las familias de los congresistas, representantes, ministros, alcaldes, asesores, contratistas y subcontratistas y toda aquella multitud que no cumple con los criterios para salir en familias en acción. Que a pesar de que Venezuela, Perú, Bolivia y Ecuador entre otros, tienen su propio aparatico, esto probablemente se debía a las  heréticas concepciones socio comunistas de sus gobiernos, y aquí lo nuestro es el capitalismo salvaje; que bien podrán todos estos indios patirrajados arribistas que habitan por debajo de la línea del ecuador, tener sus satélites, sus estaciones, sus astronautas, podrán tener lo que quieran, pero nunca serán lo que nosotros somos, los colosos del norte, los atenienses suramericanos.   Necesitaran  de nosotros cuando tengan que construir plataformas de lanzamiento y todo su andamiaje, allí si  suplicaran por nuestro saber, porque lo nuestro es el cemento,  y no cualquier cemento, el cemento caro y por caro delicado; allí nos verán levantando sus lanzaderas, bases y torres,  de esas que uno ve por la tele, que cuando sale el cohete se caen a pedazos, ahí nos tendrán a nosotros, construyendo cosas que se desbaratan al primer uso, como se necesita.  Allí llegaremos con nuestras carreteras de cemento, no en tren como esos retrógrados gringos y europeos, cruzaremos caminos inhóspitos y sobre ríos bravíos levantaremos puentes de un solo carril por el que puedan circular nuestros camiones  y mulas, fieles representantes de nuestra pujante raza. 

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Simplemente recordando



Alfonso siempre tenía algo particular para decir o para hacer,  poco se sabía de su pasado, o tal vez poco había averiguado sobre él.  Pasaba su vida en un cotidiano deambular por las casas de aquellos que  en épocas de pasiones y  juventud  habían sido sus amigos o patrones,  pertenecía a aquel grupo de personas que nunca pudo echar raíces en algún sitio, más que por falta de oportunidades, por esa incapacidad de llegar a ser una persona ajena a la vida de los demás.  Llegaba siempre en el momento menos esperado  pero  era recibido con agrado y su plato de comida siempre estaba preparado por si acaso.  El primero en recibirlo era el perro de turno que entre saltos y algarabías caninas  daba noticia de su llegada.   Dormía en ocasiones en la habitación que me servía de área de juegos, o si esta  por alguna razón estaba ocupada por algún inquilino, lo hacía en el sillero, donde tendía un catre sonoro y al amparo de la luz de una vela, bajo los aperos y frenos de caballos, cerraba la puerta y dejaba para si esos escasos momentos de privacidad en casa. 

Era moreno y lampiño.  Con una barriga de buena vida,  el cabello negro  pulcramente peinado y un diente de oro que  sabía relucir, pues siempre esbozaba una sonrisa un poco conformista.  Reía a carcajadas de todo y de todo conocía  un poco;  él fue quien me dijo cuál era la capital de los Estados Unidos y me recitó muchos de sus presidentes;  mi tía decía que cuando era joven sabía tocar la guitarra y el acordeón pero que nunca finalizaba su función pues terminaba ebrio, recostado en cualquier árbol,  profundo como una cuba.  También era un artesano y autodidacta admirable;  si alguna silla se dañaba el encontraba la manera de arreglarla, construía jaulas de alambre y aparatejos en madera;  en sus momentos de ocio pasaba horas y horas tejiendo chiles de pesca mientras mascaba un tabaco oscuro que mitad comía, mitad fumaba.  Fue  quien me mostró por primera vez como se fundían  pedazos de plomo para convertirlos en el peso de sus redes mientras contaba historias de esas que solo se le ocurren a aquellos que viven a la orilla del río - allí era donde vivía- cerca de la finca de don Rafico y doña Isabel,  y fue por él que  los conocí,  a ellos y a sus hijos, de los cuales solo recuerdo a Serafín porque tenía una guitarra chillona de la cual trataba  sacar acordes sin mucha suerte. 

jueves, 18 de septiembre de 2014

Si el toreo es arte, el canibalismo es gastronomía.



Me cuesta imaginar como en un remoto pasado, un grupo de homínidos cazadores  armados con palos y piedras hicieron frente a una manada de uros imponentes; cuernos contra pulgares, bufidos contra gritos, al final el cuerpo yermo de una de aquellas bestias y el jolgorio y la algarabía de los protohumanos. Pasarían los siglos y las crías de ambas especies irían sellando la extraña relación que se desprendió de aquel encuentro violento.  Los simios perdieron el pelo, aumentaron de estatura y tecnificaron sus primitivas herramientas, nacería el homo sapiens y este se auto proclamaría el rey del mundo, la razón y fin de la creación.  Los cornudos cuadrúpedos continuarían pastando en las planicies, rumiando apacibles mientras el simio alteraba su mundo, lo alteraba a él, y lo convertía en un animal dócil, lo domesticaba.  Por los  10 000 AC  cuando la humanidad dejo de ser una manada más y entro en la historia, el toro estuvo a su lado; con su fuerza quebró la tierra para el sembradío, con su piel cubrió sus cuerpos y hogares, con su leche (siendo más exactos de la vaca) alimento las crías flemáticas e indefensas y para completar regalo su mierda para abonos y paredes.  El hombre, animal débil y escueto, deslumbrado por su fuerza lo elevo a condición de dios, lo entronizo en las estrellas del firmamento, lo convirtió en pieza indispensable de lo que más tarde llamaría arte.  Quedaron invictas ante las embestidas del tiempo las estatuas de dioses toros alados mesopotámicos, los frescos etruscos y cretenses donde gráciles hombres saltaban sobre los lomos bovinos mientras mujeres esbeltas con sus tetas al aire los elogiaban. Quedaría el minotauro producto del bizarro romance entre el toro de creta y Pasifae;  quedaría el becerro de oro que despertaría los celos patológicos del maniaco Yahveh, quedaría Zeus transformado en toro y montando lujurioso a Europa;  el  Apis egipcio, la vaca madre nórdica Audhumla, las vacas sagradas de la india (simples encarnaciones divinas.) Curiosamente utilizo al mismo animal como ofrenda ante estos mismos dioses, nacerían los sacrificios, las hecatombes.     La mala suerte cayó sobre el estúpido rumiante, que sin saber cómo ni cuando entro a formar parte del rito de sangre, su vida fue la moneda con la que se pagaba el equilibrio prestado de las fuerzas celestiales.

viernes, 22 de agosto de 2014

Mi primera vez.



Fue un sábado en la noche, lo recuerdo claramente. Alfonso Lizarazo acababa de rematar su programa con el típico “y la próxima semana más cuenta chistes”, a lo lejos la discoteca “mil uno” dejaba escapar  los merengues de  jossie esteban y la patrulla 15,  intercalados con el -pum pum mami mami - del general.   Mis tíos abuelos alistaban sus bacinillas para las urgencias que pudiesen llegar en la madrugada, y con parsimonia, la parsimonia típica que dan los años bien vividos, murmuraban las ultimas oraciones para antes de dormir.  Era una noche solitaria; en la calle ocasionalmente se escuchaba el motor de alguna motocicleta a toda velocidad o el ladrido fugaz de un perro prófugo.  La luna llena se desprendía del horizonte y con su luz trémula eclipsaba el titilar de miles de estrellas en un cielo despejado,  corría una brisa fría  que movía rítmicamente las ramas de los naranjos, tanto los de mi casa como  los de mis vecinos, y yo, en la cúspide de mis quince años, con las hormonas alborotadas, sentado en la oscuridad del patio de la casa,  dando buen fin a la merienda  nocturna;  pensaba que era la noche ideal para tener un cálido cuerpo de mujer al lado,  alguien a quien susurrar palabras llenas de poesía y cubrir de besos tiernos (en aquellas épocas era un romántico empedernido, defecto que con los años pude remediar).  Y mientras divagaba en elucubraciones telenovelescas… ocurrió.  En un principio su imagen paso desapercibida sobre los tejados circundantes- que con facilidad podía observar desde mi posición- luego, rápidamente rebobine aquellos escenarios que sabía de memoria, y me percate que sobraba algo,  preste mayor atención y allí la vi:  discreta, tranquila,  inmóvil - posteriormente pensaría que a la espera de ser descubierta-  y en cuestión de segundos desapareció para reaparecer algo más adelante, fulgurante, con un movimiento lento y  uniformemente rectilíneo,   tratando sagazmente de confundirse  con  todas aquellas cosas que la noche promete a sus observadores.  Un frio  de excitación recorrió mi espina dorsal, ¡lo que tanto había soñado en infinidad de ocasiones estaba ocurriendo! Aquella  esfera luminosa de color azul blanquecino, tan brillante como sirio en  una noche de luna nueva, estaba cruzando justo frente a mí, ¿a qué distancia? No lo podría saber a ciencia cierta, tal vez unos dos o tres kilómetros y no más de un centenar de metros sobre el suelo;   era mi primera vez, era la primera vez que observaba un OVNI.   La nave, pues no podría ser otra cosa, (mis  profundo conocimientos astronómicos, meteorológicos y astronáuticos descartaban que fuese algo más)  a los pocos minutos se perdió entre unas montañas lejanas, sobre las cuales se avecinaba una tormenta.

miércoles, 30 de julio de 2014

Recordando a mis amigos los curas


Para las personas que me conocen, leer este título puede sonar un poco extraño. Apóstata del cristianismo (al que considero uno de los grandes males de la humanidad)  blasfemo la mayoría de las veces, hereje en un pasado y ateo naturalista hoy (¿o naturalista ateo?).  Pero mi intención  –al menos hoy- no es entrar en controversia sobre la iglesia católica, apostólica y romana,  simplemente quiero rescatar de mi memoria un viejo personaje.


Crecí al lado de mis abuelos y tíos abuelos, conservadores a ultranza y católicos hasta el tuétano. En mis años de colegio la misa era el escenario previo para los continuos y fallidos intentos de conquista,  allí entre las bancas de madera, los cánticos, alabanzas  y las figuras de yeso de  santos, se desarrollaba una subrepticia pasarela, donde las chicas exhibían sus mejores galas y entre cuchicheos enmascarados en oraciones lanzaban miraditas cómplices a su futuro príncipe azul, luego, al terminar la ceremonia, en el tumulto que se formaba en el atrio  y posteriormente en el parque central, al amparo de la sombra de los almendros y el samán majestuoso, se concretaban las inocentes promesas de amor.  Yo nunca concrete nada, la combinación de fealdad y timidez nunca daba buenos resultados, todo se quedaba en ganas.  De modo que quise ver los toros desde la barra y en este caso desde el altar y me matricule como monaguillo. Allí  aprendí todo el protocolo litúrgico; toqué la campanilla, quemé incienso, quede en infinidad de fotos de matrimonios y bautizos, nunca me tome el vino de consagrar (pues era pecado) pero si me  saque unas cuantas monedas de la limosna (aunque  era pecado se anulaba con algún artículo del código laboral vigente que defendía los derechos salariales de los monaguillos) -gajes del oficio-.  Y en todo este mundo pude conocer a muchos sacerdotes.   Los había paranoides que veían brujos y maleficios por todos lados, que capturaban la energía del sol y al mejor estilo de pastor evangélico de tv  curaban transitoriamente enfermos en misas shows.  Existían los tacaños y regañones  que antes de dar la última y tan anhelada bendición de salida abrían un paréntesis para reprender las conductas reprochables que se le habían escapado del sermón principal, y claro para recalcar la necesaria limosna. Los había gigolos y simpáticos, con amplia fanaticada femenina que entre viejitas y quinceañeras  llenaban la mitad del templo. Estaban los de voz fuerte y discurso incendiario que recordaban las diatribas de Gaitán, los había que hablaban y no se les entendía nada o a los que se les entendía pero no decían nada. Los de pensamiento mágico,  los de arengas progresistas y también estaban los seminaristas que antes de jurar castidad hacían de las suyas con las muchachas que gustaban de su santa compañía. (Gracias a la intercesión de María santísima y las ánimas benditas,  esos curas de retorcidas inclinaciones sexuales no llegaron a la parroquia, ese lote defectuoso se distribuyó en otras partes)

viernes, 25 de julio de 2014

Cincuenta sombras de Grey Vs Batman


Como son las cosas, quería escribir algo sobre Batman, por sus 75 años, pero con el tejemaneje de “cincuenta sombras de Grey” me dio por comentar alguito sobre esto.  La primera vez que vi ese libro estaba en manos de una compañera de trabajo que usualmente tiene dos o tres tuercas sueltas.  Inmersa en su lectura, soltando risitas impúdicas de vez en cuando, con las pupilas dilatas y dios sabe que otro signo fisiológico de interés.   Por encima uno podría considerar que se trataba de un libro de terror o suspenso:  caratula oscura con imágenes a claroscuros, cincuenta sombras rondando por ahí;  como podrían ser los trece fantasmas de la película, los siete pecados capitales, las mil y una noches, los siete enanitos de blanca nieves y porque no, los doce apóstoles.  Y todas esas sombras rondando a una tal Grey, que podría ser un ciborg, un vampiro, un detective de la época victoriana  o un héroe renacentista.   No podía estar más equivocado.  Tome el susodicho ejemplar y empecé a repasar las primeras páginas, luego las segundas, las terceras, las del medio, las tres cuartas y las ultimas y no encontré nada que a modo de atropina dilatara mis pupilas.  La historia se asemeja  algo a la historia de Marimar y Sergio, solo que el sonido de las olas y el cantico de los pajaritos al amanecer, que remplazaban las escenas de alcoba fue cambiado por prolijas descripciones eroticosadogimnasticas.  La trama de siempre, el tipo rico y apuesto le cae a la jovencita ingenua y virgen (¿vírgenes post universitarias? Eso me suena a ciencia ficción) para terminar - como diría un amigo-  y omitiendo palabras y frases de alto calibre y contenido sexual, en aras de evitarle disgustos a las hipotéticas pero poco probables señoras que lean  esto… para terminar dándole como rata en balde. Curiosamente en algunos apartes  me sentí chismoseando el chat de Facebook de cualquier parroquiano promedio con su amiga morronga.  Y ya. 
Yo pensaba que debido al escándalo y propaganda que se le había armado a dicha trilogía, pues al que no le gusta el caldo se le dan tres platos, encontraría la obra que se  equipararía al Ulises de Joyce, a los versos satánicos de Rushdie, o al guardián entre el centeno de Salinger,  pero no, solo vi la continuación de la saga de crepúsculo, solo que en el ámbito empresarial y por qué no, la evolución de Cuauhtémoc.   Gracias a cincuenta sombras de Grey, me di cuenta que yo era  un miserable depravado, que el reguetón solo había embrutecido a las nuevas generaciones y que la poca censura en series y películas de la tv solo había adormecido sus sentidos.  Si había personas que se escandalizaban y ruborizaban con este libro, eso solo era síntoma de una nueva enfermedad y no solo en nuestra querida patria sino en todo el mundo.  La mojigatería,  hordas de mujeres (y hombres también)  a la espera de encontrar su macho alfa que les diera sopa y seco.  Es más,  si salgo a la calle y quito las variables, “apuesto” y “dueño de muchas empresas” veo a montones de greys caminando plácidamente por los andenes, ostentando esa parte de la anatomía que representa toda su capacidad de dominio,  virilidad y pasión, y no me refiero al pene, me refiero a la barriga.  Y de paso veo a multitud de anastasias, al lado de su grey  y con cara de poco bestseller.

Si eso es lo que ahora se llama literatura erótica, prefiero quedarme con la del pasado, la que venía en la  revista SUECA, la de versión bolsillo para estudiantes de bachillerato, debidamente embolsada como cd pirata para evitar ojos curiosos y sin dinero, eso sí era erotismo…muy perturbador y engañoso por cierto. O las coloridas y bien ilustradas historias de la revista MACHO, cuando el afro era la moda. O en caso extremo la sección “juan sin miedo” del ESPACIO y los consejos de la revista VEA.
Para terminar en estos días salió el tráiler de la película,  sé que no la voy a ver, es poco probable que se asemeje a garganta profunda o Tarzan el hombre porno, tan solo esperare que alguien  la vea,  me la cuente rápidamente y que Batman me perdone…





viernes, 20 de junio de 2014

Orgullosamente opita



Hace muchos años, mi bisabuela,  mujer de sangre indígena y carácter austero, víctima de una enfermedad tuvo que ser trasladada de su rancho en el campo  a mi casa en espera de recuperación, nunca lo logro, los años cobraron factura y meses después moriría.  Pero antes que cayera en la locura senil pre mortem, que suele acompañar a todos los que se acercan a la centuria, en dos o tres palabras dejo claro lo que pensaba de las fiestas sampedrinas.  Era un 24 de junio, día de san juan (en algunas poblaciones del Huila este día es  igual o más importante que el mismo san pedro)  mi tía abuela, con quien yo vivía, había preparado un exquisito pollo, acompañado de asado huilense, insulso y  chicha de maíz;  cabe anotar que por aquellas épocas el pollo era el plato de honor, se servía solo en ocasiones especiales  y dependiendo del evento era su presentación: sancocho para paseos o como señal de gratitud y respeto ante la presencia de algún personaje importante como curas y políticos.  Arroz con pollo para matrimonios, quince años, primeras comuniones o grados. (Aun en estos días ultramodernos, no falta el gracioso que en cualquier fiesta aparece con su platico de arroz con pollo adornado con una gota inmensa de salsa de tomate fruko, dos tajaditas de pan bimbo y jugo de naranja tang).  Con cuidado llevamos a la anciana al comedor, cubierta con chales y mantas  para protegerla de los vientos impetuosos que suelen llegar en esas fechas, y  con alegría se le puso el plato al frente. Ella acostumbrada a la sopa de bando, la carne cocida, el arroz simple y la yuca, pregunto:
- ¿y esto?
 Mi tía con una sonrisa le contesto
– es el almuerzo de san juan mamita.
La vieja miro el plato meditabunda, hizo una mueca de desaprobación con su boca arrugada y dijo:
 – jumm, buen primor
Y empezó a comer en silencio.

Tiempo después entendí el porqué de su expresión.  Según narraban los viejos, en sus épocas mozas las fiestas de san juan y san pedro en el Huila eran cosa seria, ante todo, eran fiestas de campos y pueblos, con bastantes días de antelación preparaban todas la viandas y bizcochos, enterraban la chicha y el guarapo para que estuviese a punto, engordaban los marranitos que no iban a disfrutar para nada esos días, tejían los sombreros de pindo (accesorio obligatorio para los hombres) afinaban las cuerdas de los tiples y guitarras, apretaban el cuero de las tamboras y la  puerca y  me imagino, preparaban el discurso para conquistar a la futura abuela.   Cuando llegaban los días, era la francachela y la comilona (pero todo con mucha decencia dicen los viejos) los abuelos que en ese entonces eran mozos, ahítos de aguardiente fabricado en alambiques clandestinos, la barriga llena ya que al mejor estilo de un utópico país comunista,  la comida de todas las casas era la comida de   todos. Bailando bambucos y pasillos hasta acabar las alpargatas de cuero, montando los caballos carga leñas y alazanes  del diario trabajar en cabalgatas ostentosas, desenfundando ocasionalmente las peinillas para ver quién era el más machito y haciendo caso omiso a las imprecaciones del cura en el pulpito.   De las resacas de estos parroquianos nacerían historias de espantos y diablos, justicieros morales que darían su merecido castigo a estos  degenerados del carajo y que terminarían siendo los cuentos de terror de las próximas generaciones. 

De la forma como dio a entender mi bisabuela aquel día, el almuerzo y la algarabía incipiente en las calles del pueblo solo eran la sombra del Woodstock  de sus épocas mozas, ¿que rememoraría la vieja en aquel momento? Me cuesta imaginarlo, y por respeto a su memoria prefiero no hacerlo. 

A mí el san pedro me alcanzo  con las benditas reinas incluidas, pero por suerte no eran lo más importante. Era usual ver el pueblo inundado (literalmente) de vendedores ambulantes a los cuales se les compraba la muda de ropa para las fiestas, eso si luego de un largo regateo. Las calles principales intransitables por los caballos briosos y sus jinetes beodos, voladores tronando sobre mi cabeza y una banda de viento armando la parranda en el parque principal. Vi muy a  mi pesar, aquel juego macabro de la descabezadura de gallos. El ritual de la matanza de marranos era algo de locos, en vísperas de san pedro, poco después de la media noche, el pueblo se despertaba por los chillidos de los animalitos, algo aterrador, pero que sepa, no dejo traumado a nadie.  Luego al amanecer el olor a carne asada inundaba todas las casas.  La preparación de la comida  era todo un evento social y familiar, allí, en las casas viejas y grandes, los hermanos dispersos por el mundo se volvían a reunir, ya se pueden imaginar la algarabía de diez  o más hermanos con sus esposas e hijos, riendo y tomando licor, adobando la carne y metiéndola al horno de barro, espantando los perros golosos,  dejando a los niños corretear por todos lados y a los más grandecitos acolitándoles  sus primeras escapadas al mundo cruel del romance. En las noches Los entablados populares con orquestas  famosas y de medio pelo, plan de cacería buscando la victima lo suficientemente ebria para acceder a peticiones non sanctas, los borrachitos de siempre formando pleitos y los dos o tres heridos por puñal o machete que le daban ese toque picante a las festividad.  El día principal  era la coronación de las reinas de san juanero, donde lo que importaba era el baile y nada más, las preguntas ya se sabían y las respuestas también: ¿a quién admira? ¿Qué es lo que más le gusta hacer? ¿Cuál es su personaje favorito?  Las respuestas variaban entre el papa Juan Pablo segundo, la madre Teresa de Calcuta, dios, mi papa y mi mama, Jesucristo, Gabriel García Márquez y la más culta Simón Bolívar.  Todas sin excepción gustaban de la lectura y de pintar. Al final ganaba cualquiera por los motivos que fuera, y siempre, siempre, se habían robado la corona, ocasionalmente había cruce de palabrotas entre comadres y vecinas pero de ahí no pasaba a más.  Cuando todo se acababa, un lunes, era la despedida de los tíos y los primos, el desenhuese de las conquistas de las noches previas, las confesiones de las puritanas que habían pecado más de la cuenta, las largas jornadas de trabajo para reponer lo que se había gastado y el anhelo de que llegase pronto el nuevo junio.



Hoy algunas cosas han cambiado; nos inundan los sombreros vueltiaos, el vallenato de la nueva ola (que ya debe ser vieja) y el reguetón, aunque grupos culturales de una manera sorprendente están logrando devolver el estatus original a los bambucos y rajaleñas.  Los desfiles presumen ser malas copias de los de Barranquilla y  Pasto.  el reinado roba todo, asfixia, condiciona y limita, el sanjuanero pierde su encanto y se transforma en una melodía insoportable de tanto escuchar (después de una jornada  de elección donde se toca y se baila en más de 50 oportunidades ya es intolerable) y lo peor es que solo existe el sanjuanero de Anselmo Duran, todo lo demás desaparece, todos los otros bambucos se aminoran, el tradicional en ocasiones pasa a ser una mofa.  El oficial tan pulcro, tan estilizado, tan de la elite ya ni se baila, se camina;  poco se de baile, pero en la escuela lo poco que me enseñaron o que quise aprender era una paso alegre y elegante, el conocido bambuqueo, una extraña mezcla de saltos y volteretas que nunca aprendí, pero que me fascinaba, hoy solo se ve algo caminado, algo raro, algo más que aquellas señoras y señores de alta alcurnia también desean acabar, como quieren acabar nuestro dejo característico, que para algunos pasa a ser vergonzoso (no conozco al primer paisa o costeño que se avergüence de su acento)en aras de modernizar las fiestas de san juan y san pedro, de convertirlas en émulos deformes de reinados de belleza, de centro nacional e internacional de la farándula, de volverla la fiesta y el festival de los festivales, solo queda un hibrido simplón de todo y de nada, una fiesta  más de pueblo ¿será porque precisamente eso es lo que es? la fiesta del pueblo opita, la que no necesita de reinas insulsas ni festivales estruendosos. Somos descendientes de los bravos yalcones, andakies, paeces, tamas y pijaos, hijos de españoles rudos de mente pastoril, el recuerdo vivo de generaciones de campesinos curtidos bajo el sol ardiente del valle del magdalena. Si alguien quiere desfiles soberbios, reinas de belleza artificial y grandes artistas bien puede ir a cualquier parte de Colombia a disfrutar de ello, aquí lo que tenemos es asado y mistela, bambucos y rajaleñas, opitas a mucho honor celebrando la memoria de nuestros antepasados.


Anoche, viendo por la tv uno de los tantos desfiles y cabalgatas, torcí la jeta  al mejor estilo opita y con el típico acento cantadito que nos caracteriza, dije:

-jumm, buen primor.